miércoles, febrero 13, 2008

Partir de donde la ceniza cumple sus hábitos [sobre Los Hábitos de la Ceniza] por Marco Fonz


Partir de donde la ceniza cumple sus hábitos*



Gottfried Benn escribe: “Probablemente el Yo lírico ha surgido de dos formas, la explosión y el recogimiento; una es brutal y una es tranquila y ambas conocen el método de la ebriedad: se cae en lo insondable, exangüe, y después sobrevienen los ímpetus con las pruebas de la visión.”
Al convertirnos en lectores de la ceniza nos damos cuenta de que entramos a mundos de infinita riqueza. Mundos creados de evocaciones y brillos directos de personas y lugares que nos dan un mismo cuerpo que somos nosotros mismos. Los hábitos de la ceniza nos lleva a vivir directamente los cuatro elementos. Poemario de pulsaciones profundas. De miradas graves y contundentes. Las cuatro partes que forman el poemario pertenecen a ese Yo lírico del que habla Benn.

Nacidas de la explosión y el recogimiento. Como un antiguo “Aedo” Jorge Fernández Granados nos guía por el camino del sueño y el recuerdo. Xihualpa, lugar de lugares. Lugar que inaugura el comienzo de la casa. El reconocimiento de las cosas la naturaleza del ser viviente junto con su entorno. Ahí vive la infancia el ser humano. Ahí junto con los seres que acompañan su sorpresa y sus dudas. El poeta nos pregunta:

¿Dónde estuvimos antes de ser estos que somos?

El microuniverso del poeta se torna el viaje de reconocimiento. El viaje del héroe en post de su misión de fracaso y gozo. El interno se cuestiona sólo para darnos respuestas del exterior, del macrouniverso.

Es inevitable reconocer lugares y personajes. Todos con distintos nombres de los que conocemos pero con las mismas nostalgias y esperanzas. Cada quien sus muertos y sus espectros y sus vivos. Pero ese cada quien se convierte en una comunidad de compañías necesarias para seguir creyendo en la poesía.

Los hábitos de la ceniza obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2000. Fines del siglo XX principio del siglo XXI. En sus poemas encontramos este tiempo compartido. Inicio de la magia y la maravilla. El aprendiz nos enseña sus últimos pases mágicos. El mundo como ese bosque de signos que es la vida y la muerte. Y al cual entramos no como maestros sino como alumnos que vamos descifrando los elementos y la alquimia del ser.

Dos nombres en dos poemas: Villaurrutia y Onetti. Virgilios en el mar de relámpagos que son los poemas de Fernández Granados. Nombres emblemáticos y pilares del poema y la visión literaria. Hombres con lecciones de vida y obra. El aprendiz nos convierte en lectores de cenizas, en escrutadores de la materia formada de materia. El cielo dentro de lo oscuro, la gota de agua dentro de la tinta. Hay que oír sentir el vértigo acompañarnos por nuestros paseos matutinos y contemplar como todo aprendiz el resolver los enigmas del tiempo y del espacio.

A dónde van las cosas que nos duelen,
las que vivimos así, calladamente,
contando nuestros pasos que se borran.


El poeta pregunta constantemente. Preguntas que se convierten en sabiduría. Pero no por la respuesta que encontremos sino por la luminosidad de la duda en el manejo perfecto de las palabras. Después como invitación: Los círculos, el juego. Yo fui dios por un momento y jugué a los dados. El poeta nos invita y yo tiré un seis como principio:

Alteridad.
Donde titubea lo repentino,
yace y hace en una estrella limitada
el ya burlado orbe de signos.

Vuelvo a tirar y me sale otra vez el seis. Parece que tendré que leerlos normal y del uno al seis. Los números del dado no están conmigo hoy y prefiero la certeza a la suerte pero igual me responde el poeta con su magnífico canto.

La nostalgia del azar. El juego y el sueño como primera invención para seguir reconociendo. Agudizo mis sentidos y el poeta me dice:

Oír en esos cantos
lo que tiembla
lo que nada
lo que mira,…


Y tiemblo y veo y nada y miro y entonces:

para caer,
después,
al fin,
como un sueño más
del agua.

La ilusión convertida en nombre propio y en cuerpo de cenizas.
Y al fin vemos entre el brillo del claro-oscuro de la ceniza La ventana. Todos tenemos en nuestros recuerdos una ventana. Todos somos en algún momento esa ventana. Y ahí vamos a ver por ella a un pequeño que recuerda ese día. Y ese día son todos los días y noches:

El sol era un perfume…

Y al leer sabemos cuál es ese perfume y cuál ese sol. Sabemos de lo que nos habla el poeta, sabemos que Fernández Granados nos lleva más allá de nosotros mismos y por momentos nos recuerda la fragilidad de la existencia. Lo posible imposible se cumple y es única joya de imaginación. La realidad deja de ser esa cosa sólida y gastada y se vuelve un luminoso ser de nostalgia evocativa.

Algún día despertaremos ahí,
a un lado de la luz, como los pájaros, tal vez viajaremos en la niebla
con una rama de olivo entre los dedos,
cansados de esperar, obedecer y morir,
salvajes como el dios de nuestra infancia.
Algún día, cuando la maldición del tiempo se termine,
tocará nuestra frente el agua de un umbral perdido.
Ese día estaremos de regreso.




Al final Los hábitos de la ceniza de Jorge Fernández Granados cumple con lo prometido por los primeros poetas. Escribir todos el poema. Hacer de la poesía la experiencia sensorial y de vida tan necesaria para seguir soñando y jugando este destino y responsabilidad de estar vivos y ser vivos. Al final los hábitos de la ceniza se cumplen dentro y fuera de la lectura y dentro y fuera de la existencia.




Marco Fonz de Tanya (ciudad de México, 1965)






*Texto incluido en el número 10 (diciembre 2007) de Viento en vela.

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