La tradición […] no puede heredarse y quien la quiera habrá de obtenerla a través de un gran esfuerzo; implica, en primer lugar, un sentido histórico que se puede considerar casi indispensable para cualquiera que siga siendo poeta después de los veinticinco años. Dicho sentido histórico conlleva una percepción no sólo de lo pasado del pasado sino de su presencia; asimismo, empuja a un hombre a escribir no meramente con su propia generación en la médula de los huesos sino con el sentimiento de que toda la literatura europea desde Homero –y con ella el total de la literatura de su propio país- tiene una existencia simultánea y compone un orden simultáneo.[1]
Es probable que en el año 2000 el poeta más novedoso, más a la moda en todas partes, sea un poeta griego que ahora nadie lee y que se llamó Homero. Yo estoy de acuerdo y con este fin voy a comenzar a leerlo de nuevo. Voy a buscar su influencia, dulce y heroica, sus maldiciones y sus profecías, su mitología de mármol y sus palos de ciego. Preparando el nuevo siglo trataré de escribir a la manera de Homero.[2]

Desde sus primeros versos publicados bajo el título ¿Volver a Ítaca? ya era palpable su cercanía con los ancestros al hacer una reescritura de la mítica espera de Penélope y el trabajoso regreso de Ulises a su patria.
De qué manera llegar a las playas de Ítaca,
de qué manera
besarle sus piernas desnudas,
si ella
-la de los negros cabellos-
espera al otro,
al que se fue.[3]
Ya desde entonces se perfilaba el estilo directo y punzante del epigrama que Carreto acogería como un sello personalísimo. La mayoría de los poemas incluidos en esta opera prima no rebasan los diez versos, y se ubican dentro de aquel epigrama anónimo antiguo que reza: “Todo epigrama sea como la abeja: tenga su aguijón, tenga su miel y tenga su poco cuerpo”. Este principio describe claramente lo que vendría a ser el estilo del resto de la obra de Carreto, un lenguaje directo, que introduce al lector en una trama y que, al final, sorprende con un giro inesperado en la historia.
El tercer poemario de Héctor Carreto, La espada de san Jorge continúa con la reescritura de personajes mitológicos ya realizado en ¿Volver a Ítaca?, y de hecho incorpora a su corpus a este pequeño poemario. Podríamos establecer que ¿Volver a Ítaca?, La espada de san Jorge y Coliseo son poemarios afines debido a su búsqueda temática en la mitología, la cual, en ocasiones, combinan con acontecimientos de nuestros días y se desarrollan en la forma plena del epigrama. En el caso de La espada de san Jorge, leemos epigramas al estilo clásico del poeta latino Marcial como:
Si descubres, Pontiliano, que tu mujer tiene amante, córtale
su larga y hermosa cabellera: así, todo el mundo advertirá
que ella posee un amante y tú una larga y hermosa cabellera.[4]
Un perfecto epigrama clásico con su miel, breve cuerpo y su aguijón. La ironía dentro del epigrama aparece cubierta de un amable sentimiento de jovialidad, de empatía, destinado a tender puentes entre emisor y receptor, sin aparente malicia, para posteriormente ser el instrumento que persiga la risa hiriente que debe arruinar, ante los ojos del lector, al personaje referido en el epigrama; así Pontiliano es visto no con compasión, sino con burla al ser engañado y lucirlo como un homosexual. Carreto utiliza estas vueltas de tuerca del epigrama clásico en el resto de sus poemas, aunque no lleven esta estructura del destinatario.
Después de enfadar a los intocables
y de recibir la negativa del maestro,
me pregunto:
¿seré yo el equivocado?
Quizá deba cambiar de poética.
Mi poesía, entonces,
dejaría de ser esa corona de espinas
que con quemantes versos ofende al Déspota.
Mejor compongo un arreglo de azucenas.
Así, acaso sea perdonado
y algún día me incrusten en la Antología Oficial
como a quien acomodan en un cajón
de la cripta de familia.[5]
En el poema se trata un tema de aparente seriedad, que consiste en pertenecer al establishment de la poesía nacional, sin embargo es esta clase de tópicos serios los que ofrecen un blanco más apetecible para el ironista, puesto que al ser tanta la dignidad aparente en ellas, el mínimo desajuste, la más pequeña anomalía entre lo previsto y lo efectivo desata el caudal irónico. Así, uno piensa que el poeta hará una diatriba en contra de lo establecido, en cambio lo que hace es rendirse y a partir de allí empieza la vuelta de tuerca donde termina explicando que los marginados, los intocables y los maestros terminarán igualmente en el panteón del olvido.
Otra característica de la poesía de Héctor Carreto radica en la particularidad narrativa, siempre se está contando algo, de hecho algunos poemas parecieran vincularse directamente con la minificción, ya que hay un claro discurso narrativo:
Cada domingo arrojaba al mar
la moneda que recibía
de la mano paterna.
Y cuando aquellos peces de plata
desbordaban su continente,
mis manos, como una red,
levantaban la pesca.
La Tierra, con sus islas calcadas a mano,
carabelas y tritones, era mi alcancía,
el dinero jamás alcanzó para un viaje.
Para surcar las aguas
del globo que giraba
dentro de cuatro paredes
bastaba con lanzar al aire
una moneda imaginaria.[6]
En tan sólo quince versos se nos cuenta un episodio de la infancia, y se desdibujó cualquier prejuicio acerca de que la alcancía fuera para guardar monedas, dinero; de nuevo vemos el tejido epigramático representado en la franqueza del lenguaje y un final inesperado. Cabe señalar la pesadez nostálgica que embarga a este poema, ya que es un tono, junto con el pesimismo y el humor negro, recurrente en los poemas de Carreto, lo que logra sumir al lector en la inquietud existencial más desoladora. Así la edad de oro que se muestra en “Alcancía” es vista con nostalgia y con un sentido de pérdida, que resulta ineludible para el lector. Dentro de este marco podemos establecer que Naturaleza muerta y Habitante de los parques públicos, segundo y cuarto poemario respectivamente, de Héctor Carreto se ubican como libros nostálgicos, donde se visitan lugares, gente, la infancia, cosas perdidas, como en el siguiente poema de Naturaleza muerta:
Han derribado una casa colonial
en el centro del universo, a media cuadra de Tacuba,
a media de Donceles.
Nada impide que ciertas noches esta casa se levante
para sentirse habitada,
que solicite mis pasos en su caracol de madera
o me obligue a escuchar un diálogo de ciertos fantasmas
en lengua desconocida.
[…]
Aquí viví los primeros instantes:
invierno de 1953.
No sé a qué regreso,
no sé qué busco partiendo la penumbra,
y aunque derrumben y construyan un palacio
de otro orden,
llegará la noche y abriré de nuevo los mismos candados.[7]
El tono melancólico, las descripciones del lugar, el hilo personal que se une con las cosas efímeras hace inevitable la cercanía, la identificación con el poema. Un poco de humor negro al afirmar que el centro histórico, donde se ubica la casa, es el centro del universo, como un elemento amargo que acentúa la pérdida. Así encontramos en la obra de Héctor Carreto dos momentos, uno perteneciente a temas mitológicos con un tejido epigramático, y el otro con temas melancólicos, de pérdida que utilizan un lenguaje narrativo sin abandonar la brevedad. En estos dos momentos encontramos una poesía que mira hacia una realidad externa, una poesía que entra en temas sociales. Carreto ha sabido transformar elementos cotidianos en símbolos permanentes de las derrotas, sinsabores y corrupción humana, ya sea en el amor, en el sexo, en la política, en la infancia, en la vejez, de tal forma que vuelve a villanos o héroes, a ganadores o vencidos anónimos en arquetipos que representan al hombre, por ejemplo:
Los hombres de bolsillo son pequeños,
visten de oscuro
y corren peligro de ser confundidos con ratones.
No obstante son inofensivos
y es débil su chillido.
Se limitan a cumplir,
no más, no más.
Como buenos relojitos caminan por la calle.
¡Qué lindos muñequitos de cuerda,
qué monos!
No sienten la cadena que va desde su cuello
hasta el chaleco de los dioses
ni la mano que tranquila
los guarda en el bolsillo.[8]
Es indudable que podemos reconocer a este arquetipo en hombres que vemos a diario, he allí la trascendencia social de estos poemas que nos permiten reconocernos y conocernos realmente. Héctor Carreto, como Eliot o Neruda, ha sabido entender lo histórico en la literatura como un orden simultáneo entre la poesía de los ancestros y la actual, lo que ha derivado en un escritor altamente consciente de su lugar y su tiempo. En estos días, en que la desmemoria ha terminado por sumergirnos en la ignorancia y por ende en el culto a lo desconocido que se presenta como novedoso, la obra de Héctor Carreto resulta un instante de lucidez, de memoria, como un trazo o sendero que nos invita a volver a alguna tradición, de las tantas que pueda haber y así no rendirnos al culto de lo llamado novedoso. Carreto, silenciosamente, ha marcado una tradición dentro de la poesía mexicana actual, hoy se pueden reconocer a varias voces recientes –entre alumnos y lectores fervientes- que siguen en la exploración del epigrama y la revisión y reescritura de las grandes obras grecolatinas la búsqueda de un estilo. Se reconoce pues en Héctor Carreto al mejor epigramista mexicano de la actualidad y uno de los más atentos lectores de las grandes obras grecolatinas.
[1] T. S. Eliot, “La tradición y el talento individual” en Ensayos escogidos. Trad. de Pura López Colomé. Colección Poemas y Ensayos, UNAM, 2000, p. 19
[2] Pablo Neruda, “Contestando una encuesta” en El poeta y la crítica. Grandes poetas hispanoamericanos como críticos. Antología. Selección, prólogo y notas de Juan Domingo Argüelles. Colección Poemas y Ensayos, UNAM, 1998, p. 134
[3] Héctor Carreto, Antología desordenada, CNCA / ICA, Col. Los cincuenta, 1996, p. 47.
[4] Héctor Carreto, La espada de san Jorge, CONACULTA / Verdehalago, Col. La centena, (2ª ed.) 2005, p. 22.
[5] Héctor Carreto, Coliseo, Joaquín Mortiz, 2002, p. 75
[6] Héctor Carreto, Habitante de los parques públicos, CNCA, 1992, p. 21.
[7] Héctor Carreto, El poeta regañado por la musa. Antología personal, Editorial Almadía, 2006, p. 74-75.
[8] Héctor Carreto, La espada de san Jorge, CONACULTA / Verdehalago, Col. La centena, (2ª ed.) 2005, p. 19.