sábado, mayo 30, 2009

Muestra de poesía ecuatoriana reciente (1973-1984)


Prólogo a Muestra de poesía ecuatoriana reciente (1973-1984)*



Por César Eduardo Carreón

La presente antología de poesía ecuatoriana reciente, preparada por Juan José Rodríguez Santamaría, constituye una pequeñísima pero precisa selección de textos representativos de las últimas tendencias creativas del género lírico en el Ecuador. No están todos los autores en plena producción, porque son demasiados como para reunirlos en este espacio. Tampoco se encuentran todos los estilos representados, debido a que la elaboración de esta muestra está mediada también por las particulares preferencias del recopilador que, como en toda antología, filtran el torrente de autores y títulos. Sin embargo, el trabajo de Rodríguez posee un mérito: ha logrado dibujar en poquísimas páginas cierta secuencia histórica que se remonta a los inicios de la modernidad literaria ecuatoriana y termina abriéndose a un futuro promisorio.
El primer autor de la muestra es Ángel Emilio Hidalgo (1973). Su poesía parece girar en torno a dos preocupaciones centrales: el transcurso ineluctable del tiempo y la escritura poética como la herramienta más idónea que posee el hombre para enfrentarse a su condición efímera y mortal. El motivo de la disolución de la memoria en el piélago temporal resume en gran medida la poética de Hidalgo, de ahí la brevedad de sus textos, su carácter meditativo y el ritmo pausado de los versos. Se trata de una voz poética enfrentada a su propia fragilidad, que en la reticencia, al borde del silencio, encuentra las palabras y las imágenes precisas para retratar sus preocupaciones.

El tercero de la lista, David G. Barreto (1976), se aleja un tanto del sistema de referencias de Carrión y de la apelación a la tradición de Hidalgo. G. Barreto es un poeta más intelectual, un tanto menos lírico. Sus poemas en prosa son a la vez reflexiones sobre el sentido mismo de la escritura poética y máximas metafóricas, construidas sobre ideas filosóficas muy abiertas, que oscilan entre un idealismo a ultranza y la huella de vivencias biográficas muy precisas, siempre ocultas detrás de imágenes desérticas o marítimas. Sus versos reflexionan sobre los límites del conocimiento humano y sus posibilidades de comprender la totalidad.
Javier Cevallos Perugachi (1976) tiene entre sus referentes literarios más evidentes a los beatniks norteamericanos y a los poetas hispanoamericanos de la experiencia. Su poesía se debate entre la muestra desenfadada de lo cotidiano y la necesidad de hallar el origen de la propia identidad cultural, a través de la observación de la herencia arquitectónica y del paisaje natural. Sus últimos poemas muestran una apertura hacia referentes geográficos lejanos de su natal Quito. En esta nueva actitud sobresale la pretensión de cierta universalidad, que concentra los textos en torno de la imagen del individuo acosado por el vértigo de la modernidad.
El siguiente poeta antologado, Ernesto Carrión (1977), ha construido su obra lírica a partir de una constante: la inconformidad con la realidad. Sus voces poéticas reclaman siempre la presencia de un mundo más unitario y transparente. Quizá por eso recurre con frecuencia a la impostación: muchos de sus poemas son monólogos dramáticos, en los que el poeta asume la identidad de personajes ficticios o históricos de la tradición literaria y popular de Occidente. Con estos disfraces, Carrión construye un mundo demencial, lleno de rebeldes, iconoclastas, descastados, apátridas... La poesía de este autor es una de las más agresivas y teatralizadas de los últimos años.
Cristian Avecillas (1977) reflexiona sobre la escritura poética y sus límites. Sus poemas se aglutinan con un criterio casi siempre secuencial: desde la fundación mítica de la palabra del hablante poético, hasta la realización imaginaria de ese mundo deseado o prefigurado por ese narrador fundacional. En la configuración de estos mundos líricos, caben tanto los deslices cuanto los fragmentos meditativos. No faltan tampoco la autoironía ni la crítica a los límites siempre deleznables del género de la poesía lírica. Esta recopilación muestra apenas una parte del trabajo en plena ebullición de este escritor, empeñada en formar unidades de sentido cerradas, completas.
La poesía de Juan José Rodríguez (1979) ha evolucionado desde la más simbólica de las reticencias hasta la apertura a un mundo de referencias heteróclitas, entre las que caben tanto los discursos de la alta cultura literaria como los de la cinematográfica. Este cambio ha tenido varias consecuencias: el ritmo áspero y fragmentado ha devenido en musicalidad variada y pertinente a cada motivo o tema. Por estas razones, no sorprende que en su obra se encuentren textos sentenciosos junto a otros cargados de narratividad. Las iniciales imágenes, de juegos dicotómicos sencillos, se han transformado en sucesiones de versos abiertos a la experimentación.
Fernando Escobar (1982) añade la frescura de una voz ocupada en satirizar y variar de tono continuamente. Las imágenes del mundo cotidiano se pueden volver pretextos para referirse a la mitología griega o a la mitología de la tradición lírica de Occidente. Son sujetos de su crítica o celebración tanto figuras ficticias (como la casta Penélope) tanto como históricas (el poeta español Leopoldo María Panero). Un regusto a bravata queda después de la lectura de su poesía: se trata de una visión mundana de la vida, cargada de la honestidad que brinda lo espontáneo. De entre todos los antologados, éste quizá sea el más provocador.
El más joven de la lista, Fabián Darío Mosquera (1984) parece ser también el más versátil. Posiblemente porque se encuentra todavía en la búsqueda de sus propios límites como creador. Es el más arriesgado y experimental de todos. Sus poemas se valen de variados motivos y temas, así como de todas las técnicas que conoce para construir versos. No le es ajena la prosa poética ni la minielocuencia. Trabaja tanto la sentencia como la metáfora más densa. Camina al borde de lo prosaico y declarativo, para luego explorar en su propia individualidad. Se acerca con mucha frecuencia a la vanguardia literaria del siglo XX, la revitaliza y evoca.
Sin duda alguna, han quedado muchos nombres por antologar, pero este primer vistazo pude dar al lector curioso una idea de cómo una parte de los más jóvenes poetas del Ecuador se están vinculando al contexto de la producción contemporánea de poesía lírica de Hispanoamérica. Sería interesante que Juan José Rodríguez Santamaría volviera sobre sus huellas y continuara el camino iniciado con esta brevísima muestra. Quedan muchos nombres, mucha poesía que leer. Que esta sea una invitación a los lectores y poeta mexicanos, para apretar los lazos de dos tradiciones literarias emparentadas en más de un sentido, más allá de su pasado, en su futuro.


* Texto publicado en el número 13 (septiembre 2008) de Viento en vela.

viernes, mayo 15, 2009

Entre la barbarie y el derrumbe de las esperanzas: Diez poetas centroamericanos (por Pablo Benítez)



Prólogo a Entre la barbarie y el derrumbe de las esperanzas
Diez poetas centroamericanos*
(1973-1984)


por Pablo Benítez (San Salvador, El Salvador, 1980)


Esta compilación de poemas es absolutamente arbitraria. Es arbitraria en el sentido de que responde exclusivamente a mis búsquedas personales y a mis coincidencias con otros poetas centroamericanos en diferentes momentos y espacios. No obstante, este carácter arbitrario al que me refiero no pasa por el tamiz de la amistad, a pesar de que conozco a algunos de los autores y los considero mis amigos.

El criterio de selección de esta muestra se funda en mi concepto personal de creación poética y en mi propia fruición estética. Es decir que desde mi punto de vista en estas piezas es posible encontrar sabiduría y placer; esa sabiduría que genera el enfrentamiento poético con la realidad y ese placer especial que insufla la auténtica literatura.

Esta lengua de tierra que llamamos Centroamérica (tierra movediza y volcánica) ha visto nacer creadores únicos: insurrectos como el nicaragüense Carlos Martínez Rivas; transgresoras radicales como la costarricense Eunice Odio; sabios de humor cáustico como el hondureño Augusto Monterroso; genios irreverentes como el salvadoreño Álvaro Menén Deseleal, y otras figuras a la vez lúcidas, terribles y marginales. En todas esas vidas se manifiesta el espíritu centroamericano que anula fronteras y tiende siempre a la errancia. Ya es lugar común señalar la doble nacionalidad de Montorroso, asentada en Honduras y Guatemala; o el caso de la nacionalidad guatemalteca de Martínez Rivas y su arraigo imposible de borrar en Nicaragua.

¿Qué le deparan hoy al istmo sus derroteros literarios? Me limito a mostrar diez poetas nacidos entre 1973 y 1984 en esta región. Se trata de una generación que creció en guerra, que presenció la barbarie fraticida en los años ochenta y el derrumbe estrepitoso de las esperanzas en los años noventa.

Raras veces haré alusión a las fuentes de las cuales extraigo los poemas, ya que son muchas. Algunos textos los he recuperado de revistas, de periódicos, de memorias de encuentros poéticos, de bitácoras de internet y, por supuesto, de los mismísimos libros.



Guatemala


Javier Payeras y Allan Mills son dos de los poetas jóvenes guatemaltecos más conocidos de la región. Payeras posee linaje literario: su tío, Mario Payeras, es un referente de la literatura centroamericana de los años sesenta y setenta. Mills tuvo como tutor durante algunos años a uno de los intelectuales más importantes de la Centroamérica contemporánea, Mario Monteforte Toledo. Ambos (Mills y Payeras) se enfrentan con firmeza crítica a la tradición literaria guatemalteca y centroamericana.



Javier Payeras (Ciudad de Guatemala, 1974)



Colores en el polvo



si vuelven aquellos días
en que la madrugada era
un frasco de estrellas
de balas rápidas
de gente apedreando carteles
de lágrimas cristalizadas y
dientes molidos en un pan de asfalto
aquellos días en que podíamos
llevar el corazón ceñido a la muñeca
acariciar lentamente un rostro
y guardar la mano para siempre


Aurora



aurora dinamita en la noche todos los párpados
aurora huye tras la bóveda de un pájaro
aurora extiende los números de un cristal
aurora avanza entre acertijos de lágrimas
aurora envejece como agua en el vaso



Marea




claridad envenenada
pasamanos y oleaje
labios ardientes
playa de corazones
esperando
la marea que devore nuestros dedos
hasta secarse





Alan Mills (Ciudad de Guatemala, 1979)



Estos poemas de Mills pertenecen a su más reciente libro, Testamentofuturo, que recoge su poesía publicada entre 2002 y 2005.



Hay que ver que no se use
ningún material extraño,
así, si quiere hablarse de niños
reventados contra los árboles,
habrá que decirlo sin omitir la sangre
escurriendo las cortezas;
no vale la pena desbancar dolor
por ideas, mejor apresar la hinchazón
nerviosa que traen los ramalazos;
no meter palabra y palabra
donde el plomo sabrá armar su vacío.
Hay que evitar sucedáneos;
si la carne arde, gruñir macizo;
en cada impacto, mostrar su trayectoria;
a cada estallido, la savia roja de los árboles.



Más que la muerte



Más que la muerte
el miedo.
(Mujeres vestidas de negro/
vacunadas de amnesia.
Son tristes. No olvidan).
Un muerto/
más que un muerto
el miedo
de ser sangre corriendo/
de ser una sombra vaciada de vida.
Más que la muerte
estar solo/
terriblemente solo
como un poderoso
que no sabe amar sin golpearnos.
Y la palabra
(como si tal cosa pudiese)
se sitúa más allá
intenta perderse de la muerte
aun cuando sabe que sólo es el fermento
de algún aliento antiguo que se resiste a callar.
(Dios lo tenga en su gloria/
musitaban las mujeres).
Hay un muerto/
nadie descansa.



Epílogo: Vox dei



Allá ellos
que brinquen
y se desmayen.

Que se abstengan
de los vinos.

Que me busquen
en un muro
de lamentos.

O que hagan el amor
mirando hacia La Meca.




*Incluido en el número 13 (septiembre 2008) de
Viento en vela.