domingo, febrero 17, 2008

Preguntas a Mario Bojórquez sobre El Premio de Poesía Aguascalientes


Mario Bojórquez sobre El Premio de Poesía Aguascalientes*

Por Iván Cruz Osorio y Gabriela Astorga
¿Consideras que en el formato actual del Premio Aguascalientes se premia al mejor libro o a una trayectoria?

Para hablar del formato actual, primero tendríamos que hablar de los premios. Cuando existía como juegos florales de la feria de San Marcos en Aguascalientes, se premiaba un poema o una serie de poemas, pero no necesariamente un libro; esto se correspondía con la tradición del momento, estamos hablando desde 1931 hasta 1967. Era la forma de premiar, no solamente este premio, había muchos otros. En 1967, cuando está ganando el poeta José Carlos Becerra, con un material como Relación de los hechos, ya muchas cosas habían cambiado. Entonces se consideró necesario construir un premio, que además tuviera la característica de premio nacional. Es cuando premian al poeta Juan Bañuelos. Yo creo que lo que se premiaba era un libro. Aquí hay un cambio fundamental respecto de cómo se entendía esa convocatoria, y de la importancia de estas nuevas maneras de comprender la escritura poética: ya no se valoraba un poema, sino que se valoraba una serie de poemas, es decir una obra completa, una obra en plenitud. A mí me llama muchísimo la atención que al poeta José de Jesús Sanpedro le otorgan el premio cuando apenas tiene 24 años, después de que el premio lo habían recibido poetas de mucha mayor edad, pienso ahora en Bañuelos, en Pacheco, y de pronto gana un muchacho. Creo que ese es un mensaje hermosísimo para los que nosotros vamos a hacer ahora; porque, ¿qué es lo que se está premiando allí? Un trabajo completo de calidad, independientemente de la edad, independientemente del nombre. Luego vimos 40 premios hasta el día de hoy donde se han premiado libros. Creo que esto se corresponde también con las épocas, es decir, los temas que se van premiando a lo largo de 40 años, las formas de escritura que se van premiando corresponden con el gusto de estas épocas. Pienso en un libro como El cardo en la voz, de Jorge Esquinca, que va a marcar una manera de escritura por todo el país; todos sus alumnos siempre menores que él, pero su libro es un libro fundacional, es un libro que durante toda la década de los 90 permeará en todo el país una forma de ver las cosas, una forma de escribir. Creo también que esta forma de escritura ya está en declive, y que difícilmente habrá nuevos prosistas que puedan generar tanta maravilla como generó este libro en el año 90. Yo creo que se premia un libro en Aguascalientes, no se premia una personalidad, puesto que es un libro que se otorga por seudónimo, y no puedes jamás saber quién está detrás de ese seudónimo. Creo que se premian estéticas también, formas de escritura que se corresponden con las visiones de los jurados; puede ser que los jurados tengan cierta predilección por temas, por formas de escritura, por tradiciones, y si encuentran un libro que tiene esas características desde luego será premiado. También pueden arriesgarse estos propios jurados a decir: mira aquí hay maneras que no conocíamos, intentaremos premiarla, aquí hay un tema que nos parece interesante. Pienso, por ejemplo en el caso de Dana Gelinas, la ganadora del premio el año anterior, donde ella está colocando un tema que no había sido trabajado por la poesía mexicana; entonces el gusto de la época dice: bien intentemos, arriesguemos este camino. Y qué felicidad que se pueda hacer eso, eso le da oportunidad a muchos poetas de hacer sus proposiciones lo más originales posible. Hace un momento decíamos que no necesariamente el libro ganador del premio es el mejor libro de México. Especialmente en un premio como el Aguascalientes están participando 200 libros, de los cuales 20 son excepcionales, que van a ser publicados y que seguramente ganarán otros premios, o bien intentarán el Aguascalientes en otro momento. Desde luego no creo que sea el mejor libro, pero sí creo que de algún modo representa cada libro ganador de Aguascalientes un momento en la historia de la poesía mexicana. Creo que me puedo detener con toda seguridad en libros fundamentales como La zorra enferma, de Eduardo Lizalde; No me preguntes cómo pasa el tiempo, de José Emilio Pacheco; Música Solar, del poeta Bartolomé, que están cargados de lo que en la calle está ocurriendo. Por eso a mí me parece que, en el caso de El deseo postergado está también representando eso: una recuperación de la tradición de la poesía mexicana, ya no hispánica solamente, sino con valores muy concretos, y valores vivos de la poesía mexicana. Estamos hablando de los poetas Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, y Eduardo Lizalde, que son poetas de México, y que están incidiendo sobre lo que nosotros queremos hacer en poesía. Cuando se premia este libro se está convocando a toda esta gente que está vinculada con esta manera de hacer. Es muy probable que el año siguiente se premie un libro que no se parezca a este, pero que también represente una forma de entender la poesía mexicana. En ese sentido, sí creo que los libros premiados están representando movimientos generacionales, espirituales, intelectuales de la forma en que la poesía se va entendiendo en el país; y si eso se logra, para mí es maravilla.

¿Consideras, entonces que se puede hacer una radiografía de la poesía mexicana durante estos 40 años a través del Premio Aguascalientes?

Creo que puede ser una guía, por supuesto, hay libros que fueron fundamentales y que no fueron premiados en el Aguascalientes; hay autores que seguramente nunca han enviado al premio, pero que siguen siendo fundamentales. Pienso ahora en un libro al que luego no se le pone atención, pero que para mí es un libro muy hermoso, se llama Al margen indomable, de Luis Cortés Bargalló. Yo no sé si él intentó alguna vez el premio Aguascalientes, pero es un libro muy valioso, que muchos de nosotros debemos leer, y que creo que no ha recibido un premio, no sé si ha recibido reseñas o comentarios en periódicos y revistas, pero es un libro que a mí me llena de gozo. De pronto, el poeta Luis Cortés Bargalló tiene amigos mucho más famosos que él, que ganan premios, reconocimientos, y cuya obra no está a la altura de este diamante que él produjo.

Dentro de estos ganadores, ya has mencionado algunos, ¿qué otros destacarías?

Muchos, muchos. Pienso ahora en Héctor Carreto y esta recuperación del epigrama, es deleitoso, divertido, inteligentísimo, tiene la palabra filosa para hacer el corte donde debe hacerlo, uno goza leyendo su poesía. Pienso en Jorge Fernández Granados que es un personaje importantísimo para mi generación, un hombre que ha tenido una integridad mayúscula en el caso de la crítica de la poesía, al mismo tiempo que una obra eminentemente remarcable; es un personaje de mi generación a quien respeto y que afortunadamente hora el premio me permite poderme contar entre sus colegas, y hacer juntos un trabajo que va a tener frutos muy interesantes en los próximos años. Francisco Hernández, poeta que también representa una forma de entender la poesía mexicana, es decir, detrás de Francisco Hernández y de sus libros hay una tribu de lectores, una forma de comprender la poesía, de comprender el erotismo en la poesía, los abismos del alma, las formas de la autodestrucción, lo fantasmas, los demonios íntimos que todos tenemos. Francisco representa como nadie este tipo de comprensión de la poesía. Coral Bracho, que también instaura una manera de escritura no vista en México en muchos años, y que también genera otra estela de escritura, cuyos alumnos no me parece que la hayan superado aún; instaura una manera muy novedosa, distinguida, muy original de enfrentar el texto poético, que todavía sigue dando frutos importantísimos.

Ahora El deseo postergado forma parte de los libros premiados, y como tal, se seguirá leyendo, quizá más que tus libros anteriores. ¿Tú crees que este libro hace suma de tus búsquedas, que representa el resto de tu obra poética?

Yo creo que lo más difícil para un poeta es que este trabajo se hace en la soledad del cuarto, nadie te ayuda, y nunca sabes si eso que tú estás produciendo va a encontrar una repercusión o una representatividad en la realidad. Yo creo que ese es el gran asombro que el poeta puede tener: cuando uno ha nacido en Sinaloa, que no es ni siquiera por mucho el primer estado fuera de la Ciudad de México, que en materia de cultura culta se pueda reconocer; cuando has nacido en un pueblo de ese estado, no naciste en la capital de estado, y tu camino ha sido voluntad y pasión durante muchos años, no sabes de qué forma tus palabras van a tener una repercusión en el corazón de los otros. Si eso ocurre, es la mayor sorpresa que te ganas: yo produje algo que a los demás les dice alguna cosa, que les ayuda a comprender quiénes son. Hace un momento decía que cada uno de los libros respondía a visiones particulares que uno tiene, a preocupaciones, a nociones. Cuando escribí El deseo postergado ya tenía libros que habían resuelto preocupaciones técnicas, formales; cuando llego a El deseo postergado no tengo ya tanto esas preocupaciones, el gran problema a resolver es un asunto que tiene que ver con mi corazón propio, con quien soy yo. Con estas herramientas recuperadas o hechas mías en los libros previos yo dispuse mi corazón para resolver este problema que es el problema de la miseria humana, la noción de que nunca vas a alcanzar lo que quieres, de que siempre lo que deseas va a acabar un poco más allá de tus manos, o un poco más acá y que no lo percibiste, a veces tu deseo queda detrás de ti y ya no tiene importancia. Era un asunto complejo lo que yo tenía que tratar: cómo el hombre vive con monedas falsas, paga su destino con monedas falsas, vive en el cobre de la realidad creyendo que está viviendo el oro de su realidad, y no lo percibe, es decir, continúa en su vida diariamente sin comprender que no ha vivido como quería realmente. No era sencillo, entonces me ayudé de esas herramientas que ya tenía más o menos aceitadas, y decidí que esta poesía tenía que ser un homenaje a los grandes poetas de México. Ya los mencioné Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño y Eduardo Lizalde, espero que se vean allí recuperados en algún momento. Es también un mensaje a mis compañeros de barco, que tienen mi edad o edades menores a la mía: señores volteemos a ver a estos poetas, ellos todavía tienen muchas lecciones que darnos. Alí Chumacero que tiene 50 años sin publicar un libro, estamos ya en otro siglo, y él es un poeta vigente, importante, leído y querido por sus contemporáneos, por los que estamos con él viviendo; rompe su silencio cada 10 o 20 años con un poema, con unas cuartillas, pero él sabe que su obra fue hecha con conciencia, es una obra inmarcesible, que ya no la va a borrar el tiempo. Pensemos en este jovenzuelo que es Rubén Bonifaz Nuño ocupado en traducir a Homero, a 3000 años de distancia, al español mexicano, directo; si no tienes corazón y juventud no podrías hacer un proyecto así. Yo veo a Don Rubén, un poeta que conoce todo el estamento de la cultura clásica, pero que también conoce la cultura popular mexicana, y hace un entramado maravilloso entre Minermo o Arquíloco y José Alfredo Jiménez; él nos dice cómo ser eminentemente cosmopolitas, internacionales, universales, y locales al mismo tiempo, sin perder un gramo de prestancia, prestigio o decoro. Lizalde, que es otro personaje importantísimo que no aparece en Poesía en movimiento, que en 1970 publica El tigre en la casa y renueva todo el discurso amoroso: la amada, es decir, la perra, es la misma cosa, nunca antes en la poesía mexicana alguien había hablado de su amada en esos términos, con esa fiereza, con esa contundencia. Lizalde es un conocedor de toda la retórica, que la pone al servicio de la modernidad, al mismo tiempo que se burla de ellos, los utiliza como debe ser. Ahí hay lecciones importantísimas que hay que aprender, quien no quiera verlo, qué lástima. Yo sí quiero verlo, y quiero invitar a mis compañeros de vida en este período de la poesía mexicana, a través de El deseo postergado. Otro personaje, Francisco Cervantes, para quien también es un homenaje, es otro poeta singularísimo, es eminentemente original, poeta muy extraño, que implica cierta formación crítica y de poesía. Es también una invitación a los poetas mexicanos a que lean a estos poetas, que no pasaron por aquí sin dejar sombra, dejan una estela. Yo trato de ser honesto con estas influencias, y trato de ser honesto con mi momento de escritura.

¿Crees que de alguna forma el Premio Aguascalientes sirva para legitimar una obra?

Desde luego que un premio de estas características asegura ciertos caminos de distribución, de recepción de tus materiales que uno no puede evitar observarlas. Estar publicado en una colección como Lumen es un gran honor para un poeta. Creo que soy el único mexicano que ha salido en Lumen hasta ahora, y tus colegas ahí son Walt Whitman, Emily Dickinson, Ted Hughes. Lo más mexicano que tenemos ahí creo que es Don Juan Gelman, porque vive aquí en México. Antes se publicaba el libro en la colección Las dos orillas, de Joaquín Mortiz, que con los cambios que ha sufrido y pertenece ahora a un gran consorcio de editoriales, no tiene interés en la poesía. Eso te va a asegurar una distribución mayor, una colocación del libro entre el público al que tú quieres llegar, eso es una forma de legitimación. Yo no creo que legitime una obra, legitima más bien a un personaje. Además de que te da la gran alegría de que tu obra pueda dialogar con estas obras que has admirado, que has leído hasta la saciedad, que has vuelto sobre ellas para recuperar el sonido. Pienso en José Javier Villarreal, un poeta del norte; cuando te dicen tu obra El deseo postergado puede dialogar con Mar del norte, uno dice: bien, yo a ese poeta lo admiro. Hay por supuesto otros poetas que no son de mi gusto, que están en el premio, pero a los que comprendes desde esta perspectiva: no todas las formas de leer poesía mexicana son las tuyas, hay otras maneras de conocer estos procesos, y qué bueno que estén representadas ahí. Por eso sí, creo que ayuda bastante el premio para que estas literaturas logren su fijación. Si El deseo postergado representa algo, y junto con él los libros anteriores, puede fijar de un modo remarcable en la historia de la poesía nacional esta obra, creo que está muy bien hecho. Creo que es la mejor respuesta a tu esfuerzo, si el Premio Aguascalientes sirve para que junto con El deseo postergado se pueda leer El diván de Moravia, Contradanza de pie y de barro y Pájaros sueltos, excelente. Pero además, si El deseo postergado sirve para que otra vez leamos a Rubén Bonifaz, a Francisco Cervantes, Alí Chumacero, y otros poetas como Abigael Bohórquez, pues entonces el premio no sólo legitimó un libro y a una persona, sino que legitimó una forma de leer la poesía en México.
*Entrevista publicada en el número 10 (diciembre 2007) de Viento en vela.

sábado, febrero 16, 2008

Entrevista a Juan Domingo Argüelles por Claudina Domingo


Mínima entrevista con Juan Domingo Argüelles
a 40 años del Premio de Poesía Aguascalientes
*



Además de su reconocido trabajo poético, Juan Domingo Argüelles (Chetumal, Quintana Roo, 1958) ha ejercido desde hace 27 años los oficios de editor y periodista. En esta ocasión se dedicó a la investigación, compilación y a la elaboración del prólogo de Antología del Premio de Poesía Aguascalientes 1968-2007, que edita el Instituto Cultural de Aguascalientes y el Centro de Investigaciones y Estudios Literarios de Aguascalientes. Agradecemos al poeta que haya accedido, con todo y remilgos, a esta familiar entrevista.


Entiendo que has elaborado una recopilación de los 40 años del Premio de Poesía Aguascalientes. ¿Qué tanto trabajo implicó ello?

Así es. Se trata de una antología conmemorativa de los 40 años del Premio, que incluye una selección lo suficientemente amplia de cada obra para dar al lector un buen panorama de cada libro. El trabajo fue arduo, no sólo por lo que implicaba la relectura de todos y cada uno de los libros ganadores, sino también porque busqué que las versiones de esta antología incluyeran los cambios que a los largo de los años han impreso en sus obras los poetas. Es decir, en esta Antología del Premio de Poesía Aguascalientes 1968-2007, los lectores encontrarán las versiones definitivas que los poetas hicieron de sus libros con los que originalmente obtuvieron el galardón. Resulta obvio, como en el caso de José Emilio Pacheco, que entre la versión de 1969, de Joaquín Mortiz, de No me preguntes cómo pasa el tiempo y la que el autor incluye en sus poemas reunidos (1958-2000) de Tarde o temprano, hay bastantes cambios. En la Antología del Premio son estas últimas versiones las que incluí. Y, al igual que en el caso de José Emilio Pacheco, lo hice en los casos de todos los demás poetas que hubiesen reeditado su libro con el que ganaron el Aguascalientes.

¿Qué evolución o trazo estilísticos observas desde el primer premiado hasta el más reciente?

En el prólogo a la antología conmemorativa digo una cosa que ahora repito: el Premio de Poesía Aguascalientes no se caracteriza por una sola estética o por una sola poética, sino que abarca una gran diversidad de propuestas, desde la poesía social hasta el poema del juego verbal por excelencia, pasando por supuesto por otro todas las manifestaciones líricas personales. De alguna manera, en sus cuarenta años de existencia el Premio de Poesía Aguascalientes refleja la historia de la poesía mexicana, de su desarrollo a lo largo de las últimas tres décadas del siglo XX y los años que llevamos del siglo XXI.

Tú mismo ganaste el Premio en 1995. ¿Qué significó entonces haberlo ganado con tu libro A la salud de los enfermos?

Lo obtuve, efectivamente, en 1995, y fue para mí una de las más definitivas experiencias, pues me convenció de que podía ser poeta algún día si seguía los dictados de la vocación, y no me dejaba llevar por la corriente de la moda y de los intereses que en literatura acaban siendo siempre dominantes. ¿Quién escribe poesía, con poca probabilidad de éxito comercial, pudiendo escribir una novela? Obviamente, quienes creen que la literatura es una elección y no un destino. En el caso de la poesía, los poetas sabemos que el éxito comercial es prácticamente imposible, y que la prosa narrativa es el género exitoso por excelencia. Pero un poeta no elige ser poeta, sino que, si va a serlo, se le impone como un destino.

De todos los libros que han sido premiados, ¿cuál te gusta más y por qué?

Desde mi punto de vista personal es facilísimo responder, porque mi respuesta obedece obviamente a la preferencia del tipo de poesía que me conmueve y con la que me identifico de manera absoluta. No diría solamente un título, sino varios: Espejo humeante, de Juan Bañuelos; No me preguntes cómo pasa el tiempo, de José Emilio Pacheco; La zorra enferma y otros poemas, de Eduardo Lizalde; Volver a casa, de Alejandro Aura; Mar de fondo, de Francisco Hernández, Música solar, de Efraín Bartolomé, y otros más.


¿Crees que la importancia del Premio sigue siendo la misma?

Como lo afirmo en el prólogo, el Premio significa un honor codiciado no sólo por su carácter orientador respecto de la obra misma, sino también por la satisfacción de ciertas compañías en una lista de nombres que, de una u otra forma, revelan el nivel de la poesía mexicana. Para un poeta de las nuevas generaciones es absolutamente reconfortante estar en la misma nómina de, por ejemplo, Juan Bañuelos, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde, Hugo Gutiérrez Vega, Coral Bracho, Francisco Hernández, Efraín Bartolomé, José Luis Rivas, Elsa Cross, Jorge Esquinca y Jorge Hernández Campos, por sólo mencionar a algunos de los más notables galardonados. La larga historia del Premio de Poesía Aguascalientes ha tenido de todo y así como ha consagrado a poetas que, en el momento de obtenerlo, poseían una trayectoria indiscutible, también ha revelado a jóvenes talentos que, con el correr de los años, se consolidaron con una obra más ambiciosa y lograda. El Premio de Poesía Aguascalientes es un certamen cuyo máximo valor no sólo radica en su perdurabilidad de décadas, sino también en el alto significado de parámetro estético que ha tenido y tiene para la cultura nacional, en un país donde se dice, con un mucho de exageración, que la poesía no la lee nadie. ¿No tendría acaso que resultar paradójico que el premio por concurso más prestigiado en México sea, precisamente, el destinado a un género literario supuestamente minoritario? Veámoslo de este modo y podremos comprender más objetivamente su absoluta trascendencia.

Entiendo que este año cumpliste 25 años publicando poesía. ¿A qué libros tuyos le tienes más cariño y por qué?

Sí, mi primer libro de poesía lo publiqué en 1982 y lleva por título Yo no creo en la muerte. En efecto, ya se cumplieron 25 años de ello. De entre los doce libros de poesía que he publicado en estos cinco lustros, hay cuatro que me siguen gustando casi íntegramente: Como el mar que regresa, Canciones de la luz y la tiniebla, Agua bajo los puentes y A la salud de los enfermos. Creo que en ellos está cifrada gran parte de mi existencia, pues para mí la poesía no es ficción sino sentido de pertenencia e historia personal, emoción que se comparte. De otro modo, ningún sentido tiene para mí escribir. De estos cuatro y de todos los que he escrito y publicado, A la salud de los enfermos sigue siendo mi itinerario más personal y con el que más he podido comunicarme con otros poetas y otros lectores.

Se sabe que es casi imposible que tú accedas a presentar un libro y se te ve muy poco en lecturas y presentaciones, ¿a qué se debe?, ¿cuándo te aburriste de los corrillos literarios?

Eso sólo me sucede últimamente, a partir de la última década. Antes era al contrario: iba con mucha facilidad y mucho contento a presentar libros. Hoy creo que poco de esto tiene sentido. Accedo a presentar el libro de algún joven o de algún amigo, porque a ellos les puede resultar satisfactorio. Yo lo sufro un poco, aunque también sería exagerado decir que hago martirologio del asunto. Cumplo disciplinadamente, y punto. Pero, sí, en efecto, los corrillos literarios me aburren no por otra cosa sino porque yo mismo soy aburrido. Entre conversar apasionadamente sobre literatura o sobre poesía o sobre lo que sea, en un ámbito profesional, prefiero hacer cualquier otra cosa, incluso leer, pero no realizar una tarea que físicamente me agota y que emotivamente me resulta bastante desagradable. No sé qué tanto platica la gente de literatura, si tiene tan poquito tiempo para leer por estar todo el tiempo platicando. Pero, en fin, cada quien su placer. En esto sí soy definitivo, y no se lo discutiría a nadie. Que cada quien haga lo que le plazca, en tanto le place. Y, en mi caso, uno de mis mayores placeres no es la presentación de libros.


Entrevista realizada por Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982).
*Texto incluido en la Revista Viento en vela #10 (diciembre 2007).

viernes, febrero 15, 2008

Texto leído en la presentación de Viento en vela #10

*De izq. a der.: Benjamín Morales, José Francisco Conde, Iván Cruz Osorio. (Foto/Archivo Viento en vela).
Ocho momentos de la poesía mexicana en el Premio de poesía Aguascalientes
(a manera de editorial)


A partir de su quinto número la revista de literatura Viento en vela se ha convertido en un espacio de reflexión, de pausa y revisión de autores, movimientos, generaciones y distintos géneros que conforman la literatura nacional. Todo esto con la ayuda de críticos y creadores de distintas generaciones, y visiones estéticas. En el presente número, dedicado a los 8 libros ganadores del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes del presente siglo, es decir de 2000 a 2007, la misión es la misma, tratar de reflexionar y hacer la crítica de estas obras que van marcando una vía, entre las muchas existentes, de la poesía mexicana de los últimos años.

Durante el proceso de selección de colaboradores hubo varias altas y bajas hasta que finalmente quedó constituido por los poetas Alí Calderón, Eduardo Uribe, Luis Paniagua, Roberto Cruz Arzabal, además de los poetas de mayor experiencia Daniel Téllez, Marco Fonz de Tanya, y Balam Rodrigo, complementados por los críticos Israel Ramírez, Norma Salazar, Rodrigo Martínez, Eve Gil. También la entrevista realizada a Juan Domingo Argüelles, quien tuvo a su cargo la compilación, investigación y prólogo de la edición conmemorativa de los 40 años del premio.

Con esta publicación aspiramos no a dar la opinión última sobre los libros premiados, sino incorporarnos a la discusión actual sobre las rutas que marcan estas obras y la relevancia del premio.

Cabe señalar que al declararse desierta la edición 2008, la revisión de los anteriores galardonados resulta obligada para comprender el panorama y la condiciones de calidad en que se ubica el premio. En cuanto a las voces que se han alzado indignadas por la ausencia de un ganador, argumentando el detrimento del prestigio de la poesía nacional, podemos decir que la poesía mexicana es mucho más que el premio de poesía Aguascalientes; hay decenas de libros publicados, sin ningún tipo de reconocimiento previo, que lo han logrado, por lectores y críticos, de forma similar o mayor a los premiados. Y como lo han expuesto algunos de los galardonados reunidos en la revista, este premio es finalmente sólo un premio. Los integrantes de la revista Viento en vela hemos querido mostrar esta faceta quizá más institucional de nuestra literatura, en nuestro afán de pluralidad, como lo hicimos con los números dedicados al infrarrealismo, al teatro mexicano contemporáneo, a la narrativa fantástica y realista, a la otra generación poética de los 50, etcétera.

En primera instancia podemos sentirnos satisfechos de ser los primeros en reunir un examen individual a estas ocho propuestas recientes del premio de poesía más importante de nuestro país, y de esta forma dar la cara al ninguneo y la indeferencia reinantes en nuestro medio. Advertimos que cada opinión es responsabilidad del autor, nuestra misión fue la de diseñar un esquema crítico general, no la de censurar las opiniones vertidas por los colaboradores, quienes a su vez serán evaluados por sus dichos ya bien por los lectores, otros críticos o los poetas premiados.

De esta forma Viento en vela llega a su número 10, en casi tres años de existencia, reforzando su misión de convertirse en una memoria crítica de la literatura nacional para nuestros lectores presentes y futuros.

Iván Cruz Osorio

jueves, febrero 14, 2008

La Renovada Esperanza: Sin Título de Jorge Hernández Campos

*Jorge Hernández Campos (Guadalajara, Jalisco, 1921-ciudad de México, 2004)


LA RENOVADA ESPERANZA:
SIN TÍTULO DE JORGE HERNÁNDEZ CAMPOS*

por Israel Ramírez Cruz

Por las deudas, para Alí Calderón y Jair Cortés

Tenerlo a la vista nos mueve a pensar que para leer este libro no se necesita mucho más que el impulso inicial. 84 páginas a las que uno mira con curiosidad y de las cuales podría esperar algo que esté en sintonía con lo mucho que se publica en la actualidad: la ausencia de valor y de ética. Además, el lector puede retrasar –sin saberlo aún– el placer, el desconcierto y el retorno al estado de humildad que le espera frente a la gran poesía. Pronto nos damos cuenta que el envión no perdura conforme las hojas se vuelven imposibles de tan bien logradas.



Azar nocturno los
abrazos
La certitud de la
alborada
nos desunió los cuerpos
¡hagámonos pupila con pupila
ciegos!
Venga la lobregura de
más besos.



(“Sed lux”, p. 9)



La certeza del amanecer nos aleja; cosa que sólo la pareja amorosa puede pensar. Pero desde este poema inicial comienzan también los misterios. Tan acostumbrados estamos al encabalgamiento que ahora es norma común que aparezcan en la poesía moderna. Sin embargo, por qué Jorge Hernández Campos obliga al encabalgamiento justo después de los artículos o la preposición. Pareciera que en lugar de funcionar como una prolongación semántica que transpone la longitud del verso, estos encabalgamientos lo que consiguen es justo lo contrario: tensar el sentido del verso en unidades a las que les falta algo. De ahí que “Azar nocturno los” o “La certitud de la” se continúen en el verso siguiente, pero ya han dejado en el lector la sólida sensación de un corte, de una respiración agotada, de una dificultad.



Desde el arranque del libro, lo que parece sencillo se complica al límite en un decir que nos impide compararlo con las muestras recientes de poesía mexicana. La presencia renovada de la poesía en el mundo moderno es un acontecimiento inusual, y esto precisamente es lo que ocurre al adentrarnos en la lectura de Sin Título de Jorge Hernández Campos.



Pero retrocedamos un poco. Valdrá la pena indagar por el nombre del autor que aparece en la portada del libro, por las cualidades del poeta, por sus trabajos previos, por su lugar en la historia de nuestras letras. Bien que vale, y mucho. El poema no nace de la nada y hablar de la trascendencia del autor sirve también para comprender un poco más la tradición en la que se inserta. Pero este acierto de mirar al escritor lo harán quienes hablen de historia, no de poesía. La poesía no está cifrada en la trayectoria del nombre como se piensa muchas veces, ni siquiera en la importancia de los premios que se reciben. Y quizá esto que parece demeritar a la persona que firma este volumen, no tiene otra intención que engrandecerla al reconocer su importancia al margen de modas, grupos culturales, edad o demás elementos externos al terreno de la estética.



Jorge Hernández Campos mereció en 2001 el Premio Aguascalientes no por su trayectoria literaria, sino por un volumen de 32 poemas que denotan la maestría del oficio y la alta zancada de su firme aliento. En términos generales podemos decir que existen componentes que le dan cohesión al volumen: el tono homogéneo que recorre los textos, la recurrencia de ciertos temas como el pájaro y la presencia de lo aéreo y evanescente, los opuestos y antagonías, la vista y su papel dentro de la percepción del mundo, la experiencia de la pareja, el yo pasivo o dependiente del tú al que se dirige el discurso. Y esa estructura se reafirma con lo bien hecho que está todo lo anterior.



Pero iniciemos con el asunto que parece más complicado de explicar dentro del texto poético. El tono es, en sentido directo, una cierta inflexión en el habla, un matiz según la intención o el estado de ánimo del enunciante. Y desde aquí ya se nos presenta el primer obstáculo: cómo comprobar que el tono que se percibe en el texto corresponde a la intención o estado de ánimo que el emisor quería plasmar. Vayamos aún más lejos, ¿importa que se compruebe? y ¿cómo enriquece la lectura su identificación? Por ejemplo:



Consuélanos hoy
vinagre del amparo
Nos caemos aquí
nos alzamos allá
lastrados de esperanzas

Andamos
por el camino real
resplandecientes
de harapos
preguntándonos
cuándo hemos de llegar
a la posada ésa
donde nos darán pan
lentejas
y degüello
(“Jornaleros”, p. 33)


Pero el tono es, consecuentemente con lo dicho arriba, la forma en la cual el lector se siente interpelado por el poema. De tal suerte que en “Jornaleros” está claro lo que ocurre a lo largo de gran parte del volumen. Por una parte tenemos una serie de referentes que denotan bienestar (consuelo, amparo, esperanza, resplandor, posada, pan, lentejas) y, acompañándolos de manera armónica, están los que denotan infortunio o fatalidad (vinagre, caída, lastre, harapos y degüello). De tal suerte que el lector percibe la ambivalencia entre la súplica que pide parabienes, pero que al mismo tiempo sabe que al final se le dará el amparo y posada previa a la muerte. Esperanza no en la salvación, sino esperanza de que llegue el final a su justo tiempo.

El tono del poema incide en la comunicación que se logra gracias al discurso lírico. El tono funda un lazo de relación –aunque indirecta y no del todo clara– entre lector y escritor. Después de establecer contacto el lector sabe que hay sentimientos en común que lo hermanan con aquél. Si recordamos la proposición de que la lírica representa un acto de habla con nosotros mismos en la soledad, cómo pasar por alto versos donde la lectura del texto nos lleva a hablar con nosotros mismos en un diálogo rítmico que transita del espacio de la casa a la memoria, de la escritura a las aves, de las naves al mar. Basten para corroborar esto las dos odas que escribe Hernández Campos a la mano izquierda:

En la tiniebla de la madrugada extiendo mi mano izquierda, que con vocación nihilista te busca a sabiendas de que no va a encontrar nada, y menos que nada a ti.
(“Segunda oda a mi mano izquierda”, p. 81)


El tono se reconoce no sólo por las palabras utilizadas, sino por cómo ellas nos conducen a participar de estados de ánimo. Dentro de los límites de su polisemia, el signo poético permite interpretar una atmósfera anímica que se sumará de manera decisiva al proceso de interpretación global del texto. Es cierto que el lector sufre un proceso de aprendizaje gradual, pues todo lector, en sus inicios, configura casi siempre una única lectura-interpretación del texto. Está seguro de que el libro “dice” lo que el cree. Pero conforme desarrolla más herramientas, este proceso se hace más eficaz y será capaz de proponer múltiples lecturas-interpretación que funcionan de manera paralela mientras no decidamos al final cuál es la mejor o que satisface todas nuestras experiencias. Así, al avanzar hacia el final del texto, elegiremos de entre ellas la más sólida. Seremos capaces de responder y sustentar juicios sobre nuestro proceder. Para abreviar esto, las lecturas paralelas, son caminos que abandonamos o dejamos latentes como posibilidades al emitir un juicio global sobre lo leído. Por ende, el lector desarrolla capacidades que lo llevarán a elegir si el tono que corresponde mejor al poema será el de burla, tedio, queja, petición, alegría…

Por ejemplo, en la cita anterior, no existe una doble lectura en el tono –no hay una ironía, sino un camino directo y claro que hace percibir el dolor. En estas dos odas –que no dejan de recordarnos aquellas Odas elementales– ocurre que a través del resquicio que quiebra la soledad aparece la compañera y la nostalgia, “y la nostalgia [–leemos–] está hecha de naves que se han hundido y reposan en el fondo del mar, en esa región que empieza donde termina mi mano izquierda. La mano con la que no puedo asirte”. Poemas donde se revela la impotencia; la mano no sirve como cuerpo si no puede tomar entre los dedos, si no hay un otro que sienta la caricia. Así como en este poema, los lectores de Sin título perciben un estado de ánimo que da unidad al volumen. No es ni amargura ni queja, pareciera sopesada resignación o, más precisamente, aceptación del presente con todas sus caras. Un estudio que se centre en las imágenes de pérdida en el libro seguramente revelaría que a ellas las acompaña también una aceptación o musitada esperanza. Esa inflexión de la voz que revela un estado de ánimo nos hace pensar que este es un libro al que no olvidaremos pronto. Duele leerlo, duele asumir con toda convicción el pacto de lectura.
En otros ámbitos, dentro de los temas reiterados están aquellos que aluden a las paradojas, contrarios, contraposiciones.

Mientras discurro
el aura ata y desata
cintas y celajes.
Cerrarás la ventana, la
cerrarás, porque
la cerrarás, como se cierra
una boca por dentro.
(“Sed lux”, p. 11)


Pero esta aparente oposición lo que crea es un sentido de totalidad al que no puede detener o enfrentar el sujeto lírico. Tan rebasado se sabe que los últimos cuatro versos de “Sed lux” apuntalan sólidos esta imposibilidad en la enunciación de un futuro que no sólo por repetido se espera demoledor. Qué puede hacer frente al futuro casi cierto de que se cerrará la ventana-boca y él no puede-podrá abrirla. Si además de esto recuperamos la carga de sentido que existe en atar y desatar de la contraposición inicial, nos damos cuenta que el conjunto de la estrofa se advierte solidamente construido como una totalidad infranqueable.

Muestras de este mismo recurso los encontramos en: “el caballero / es no es, es no es, es no es / en el trémolo / de los relámpagos”; “Te abrazo y desabrazo / al compás del aliento”; “monta y des / monta huecos virtuales entre / la carcomida arquitectura”; “que es y que / no es, que representa pero // no representa, me mantiene / suspenso”. De aquí que surja la pregunta, por qué decir algo por medio de su negación, de su contraparte, de sus oposiciones. El recurso tiene una función dentro del poema, una función que en este caso remite paradójicamente a la precisión, a la idea de totalidad y a la sensación de impotencia frente a los acontecimientos. Tres resultados que se imbrican a cada momento como unidad sólida en la lectura del libro.

Cercano a esto hallamos los ejemplos donde se presentan situaciones o acciones que denotan lo incompleto, la imposibilidad o la carencia de atributos naturales en las cosas presentadas: “El animal inacabado / ama el frenesí de su galope”; “Llueve / sobre el caballo / que no quiso arrancar / Llueve / sobre el jinete / caído en el barro”. El animal inacabado y el coche que no quiere funcionar son muestras de que aquí se presenta el revés de lo que se esperaría: “el revés, siempre el revés, de su historia” leemos en “Enero en Buda”. Para qué, para decirnos que todo tiene otra historia, como posibilidad, como certeza. De ahí que en este poemario la presencia de ese “otro” sea también fundamental.

En ocasiones la voz poética se habla a sí misma desde una segunda persona del singular, como en “Ejercicio de tiniebla”:

La tiniebla
te aceita los ojos
los ojos niegan la tiniebla
que niega los ojos

Yaces en la tinta
velas y esperas
en el fondo del tintero […]

Ahora siéntate
recoge tus cabellos
y levanta la frente
Ya viene la pedrada.
(“Ejercicio de tiniebla”, pp. 47-48)


Tenemos entonces un ejercicio de exploración y autoreconocimiento. Pero junto a ello, también existen ejemplos donde la voz se dirige a un destinatario diferente. Esa otra historia que se entrevé en el poemario quizá sea la del ser que nos acompaña, porque quizá el amor, la pareja o la compañía nos restituyan la totalidad del mundo. Por ello a lo largo del libro la voz poética apela con recurrencia a ese tú. Casi podríamos definir a esta voz en primera persona como suplicante o necesitada, pues es el otro quien hace y obra sobre él.
El yo se reconoce incompleto: “Yo soy hoy / el balbuciente / que es ese a quién al que se le quiebra / la saliva”. Sin embargo, ese tú no será un desdoblamiento de la primera persona: es claramente un destinatario distinto; por ello el resultado de la lectura del poemario nos motive a pensar aún más en la imagen de deriva en la que se encuentra el enunciante. No sólo hay súplica y petición, sino que hay una certeza de inutilidad frente al destinatario.


Me llevas delante de ti
como una trompeta.
Tu aliento en la nuca
me inflama las fauces canoras.
(“Exeunt”, p. 30)


En este sentido, el poemario refleja un lirismo donde la presencia del tú es también capital:


Ayer paseábamos
cogidos de la mano
por un huerto de árboles
con frutos del Bien y del Mal

Dame otra vez la mano
mientras aún queden huesos
y mientras avanzamos
usemos los dedos
para contar las sílabas
de un poema imposible
(“Pavana”, p. 74)

Mucho se podría comentar más sobre la presencia del tema de la poesía y la escritura en el libro; de la forma atrevida en que consiguen eneasílabos en “La silla de Wittgenstein”; de la presencia de imágenes relativas a la escalera, al estar de pie; de la sensación inusual que provoca la lectura de formas romanceadas en algunos textos (“blanca palomica”, “Piedad dejome prisionero / de aquesta divina telaraña”…); del papel de la memoria en el poemario, de la excelencia del poema “De retorno” o del dolor que habita “El ruiseñor de la mañana”. Mucho podría decirse y, estoy seguro, que se dirá en reconocimiento de este libro.
Jorge Hernández Campos es uno de los poetas que nos devuelven la esperanza en la poesía, además de que es uno de los que mejor han refrescado el ámbito de nuestra poesía en el recién iniciado siglo XXI. En un tiempo donde pareciera que ser poeta joven es sinónimo –absurdo, pero sinónimo– de buen poeta o de poeta que vale. Jorge Hernández Campos nos recuerda que la verdadera poesía no tiene qué ver con edades o reflectores, sino con palabras.


*Texto publicado en el número 10 (diciembre 2007) de Viento en vela.

miércoles, febrero 13, 2008

Partir de donde la ceniza cumple sus hábitos [sobre Los Hábitos de la Ceniza] por Marco Fonz


Partir de donde la ceniza cumple sus hábitos*



Gottfried Benn escribe: “Probablemente el Yo lírico ha surgido de dos formas, la explosión y el recogimiento; una es brutal y una es tranquila y ambas conocen el método de la ebriedad: se cae en lo insondable, exangüe, y después sobrevienen los ímpetus con las pruebas de la visión.”
Al convertirnos en lectores de la ceniza nos damos cuenta de que entramos a mundos de infinita riqueza. Mundos creados de evocaciones y brillos directos de personas y lugares que nos dan un mismo cuerpo que somos nosotros mismos. Los hábitos de la ceniza nos lleva a vivir directamente los cuatro elementos. Poemario de pulsaciones profundas. De miradas graves y contundentes. Las cuatro partes que forman el poemario pertenecen a ese Yo lírico del que habla Benn.

Nacidas de la explosión y el recogimiento. Como un antiguo “Aedo” Jorge Fernández Granados nos guía por el camino del sueño y el recuerdo. Xihualpa, lugar de lugares. Lugar que inaugura el comienzo de la casa. El reconocimiento de las cosas la naturaleza del ser viviente junto con su entorno. Ahí vive la infancia el ser humano. Ahí junto con los seres que acompañan su sorpresa y sus dudas. El poeta nos pregunta:

¿Dónde estuvimos antes de ser estos que somos?

El microuniverso del poeta se torna el viaje de reconocimiento. El viaje del héroe en post de su misión de fracaso y gozo. El interno se cuestiona sólo para darnos respuestas del exterior, del macrouniverso.

Es inevitable reconocer lugares y personajes. Todos con distintos nombres de los que conocemos pero con las mismas nostalgias y esperanzas. Cada quien sus muertos y sus espectros y sus vivos. Pero ese cada quien se convierte en una comunidad de compañías necesarias para seguir creyendo en la poesía.

Los hábitos de la ceniza obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2000. Fines del siglo XX principio del siglo XXI. En sus poemas encontramos este tiempo compartido. Inicio de la magia y la maravilla. El aprendiz nos enseña sus últimos pases mágicos. El mundo como ese bosque de signos que es la vida y la muerte. Y al cual entramos no como maestros sino como alumnos que vamos descifrando los elementos y la alquimia del ser.

Dos nombres en dos poemas: Villaurrutia y Onetti. Virgilios en el mar de relámpagos que son los poemas de Fernández Granados. Nombres emblemáticos y pilares del poema y la visión literaria. Hombres con lecciones de vida y obra. El aprendiz nos convierte en lectores de cenizas, en escrutadores de la materia formada de materia. El cielo dentro de lo oscuro, la gota de agua dentro de la tinta. Hay que oír sentir el vértigo acompañarnos por nuestros paseos matutinos y contemplar como todo aprendiz el resolver los enigmas del tiempo y del espacio.

A dónde van las cosas que nos duelen,
las que vivimos así, calladamente,
contando nuestros pasos que se borran.


El poeta pregunta constantemente. Preguntas que se convierten en sabiduría. Pero no por la respuesta que encontremos sino por la luminosidad de la duda en el manejo perfecto de las palabras. Después como invitación: Los círculos, el juego. Yo fui dios por un momento y jugué a los dados. El poeta nos invita y yo tiré un seis como principio:

Alteridad.
Donde titubea lo repentino,
yace y hace en una estrella limitada
el ya burlado orbe de signos.

Vuelvo a tirar y me sale otra vez el seis. Parece que tendré que leerlos normal y del uno al seis. Los números del dado no están conmigo hoy y prefiero la certeza a la suerte pero igual me responde el poeta con su magnífico canto.

La nostalgia del azar. El juego y el sueño como primera invención para seguir reconociendo. Agudizo mis sentidos y el poeta me dice:

Oír en esos cantos
lo que tiembla
lo que nada
lo que mira,…


Y tiemblo y veo y nada y miro y entonces:

para caer,
después,
al fin,
como un sueño más
del agua.

La ilusión convertida en nombre propio y en cuerpo de cenizas.
Y al fin vemos entre el brillo del claro-oscuro de la ceniza La ventana. Todos tenemos en nuestros recuerdos una ventana. Todos somos en algún momento esa ventana. Y ahí vamos a ver por ella a un pequeño que recuerda ese día. Y ese día son todos los días y noches:

El sol era un perfume…

Y al leer sabemos cuál es ese perfume y cuál ese sol. Sabemos de lo que nos habla el poeta, sabemos que Fernández Granados nos lleva más allá de nosotros mismos y por momentos nos recuerda la fragilidad de la existencia. Lo posible imposible se cumple y es única joya de imaginación. La realidad deja de ser esa cosa sólida y gastada y se vuelve un luminoso ser de nostalgia evocativa.

Algún día despertaremos ahí,
a un lado de la luz, como los pájaros, tal vez viajaremos en la niebla
con una rama de olivo entre los dedos,
cansados de esperar, obedecer y morir,
salvajes como el dios de nuestra infancia.
Algún día, cuando la maldición del tiempo se termine,
tocará nuestra frente el agua de un umbral perdido.
Ese día estaremos de regreso.




Al final Los hábitos de la ceniza de Jorge Fernández Granados cumple con lo prometido por los primeros poetas. Escribir todos el poema. Hacer de la poesía la experiencia sensorial y de vida tan necesaria para seguir soñando y jugando este destino y responsabilidad de estar vivos y ser vivos. Al final los hábitos de la ceniza se cumplen dentro y fuera de la lectura y dentro y fuera de la existencia.




Marco Fonz de Tanya (ciudad de México, 1965)






*Texto incluido en el número 10 (diciembre 2007) de Viento en vela.

lunes, febrero 11, 2008

Criterios de tiento y pifia [a propósito del Premio de Poesía Aguascalientes]


Criterios de tiento y pifia*

Por Daniel Téllez (ciudad de México, 1972)

Partamos de la noción de que todas las cosas u objetos existen tal y como quieren ser percibidos, al menos en relación con quien los aprecia, y ante quienes –más allá de su valor natural- satisfacen una necesidad humana, adquiriendo así, cierto valor de uso. Se despliega una relación contenida en la naturaleza del objeto, en tanto este simboliza una propiedad nueva por sí mismo, al que se añade el valor utilitario que el hombre le adjudica, tasando, dicha empatía, en un referente de necesidades y deseos. En el caso de la poesía, la percepción ostensible supera la simple impresión de objeto de ornato, ensanchando una serie de propiedades humanas, llamémosles así, en cuanto que la poesía sólo existe como tal en relación con el hombre, haciéndolo morador de la experiencia vital que abraza. Si la poesía admite la noción de fecundación del mundo, con miras a perturbar el arcano ignorado por el hombre, entonces suponemos que el contacto –con la poesía- salva sus impresiones aturdidas por los valores de cambio que se le aparecen como propiedades de las cosas sin relación con él. Así tenemos una doble relación del valor que el hombre le concede a la poesía: ora como una propiedad del intelecto que permite penetrar y suponer a través del poema, lo que conocemos potencialmente, ora como la consumación de la experiencia personal, armónica y conforme a su naturaleza y tiempo.
También el poeta procede en intervalos fecundos de su creación, esclareciendo el valor de la poesía, poniendo de manifiesto su significación humana, estética, incluso social, con lo cual está en condición de responder con firmeza al reflujo de las imperios que gestan su escritura. Empero, requiere fundarse y depurarse como lector, a sabiendas de que el poema sustenta propiedades reales, que sólo se potencializarán cuando el poema se encuentre en relación con el hombre social, con sus intereses y necesidades. Por ello, el poeta resulta visto socialmente como más apto a la sensibilidad y la intuición, confiriéndosele el ejercicio de escudriñar los ánimos de los otros hombres, fijando distancias objetivas y proximidades subjetivas poéticas. Sin embargo, resulta singular la relación, cuando el individuo-poeta pertenece a nuestra época, y como ser social se inscribe en la malla de relaciones de nuestro medio literario, del que se nutre, y su apreciación poética de los otros poetas, o mejor dicho, sus juicios de valor de la poesía de los otros se ajustan a pautas, criterios o valores que él no crea ni manifiesta personalmente –por lo regular- y que tienen una significación colectiva dentro del medio literario. Por ello, cualquier juicio que afecte el valor de la poesía de un sujeto no puede reducirse a una reacción puramente individual, subjetiva, como sería la de cualquier vivencia espontánea; toda atribución de valor provocada por la presencia del poema, repercute en las concesiones individuales de los otros sujetos.
Es un hecho consumado, que en nuestro medio literario, a decir de muchos, tan domesticado y dado a ventilar las diferencias, el poeta se niega a conferir valor a las circunstancias bajo las cuales la escritura de los otros, se construye. Rehuida y expuesta gradualmente como esencia disfrazada, la poesía es ignorada y evitada en un ímpetu proporcional a la agudeza que la lectura le habría permitido experimentar, como valor ostensible que a ese poeta le permitió convertirlo en su ropaje. En teoría no habría necesariamente algo malo; las discrepancias escriturales no son necesariamente imputaciones al ejercicio del otro. El problema real es hasta dónde los poetas mexicanos han limitado gradualmente sus estrechos límites, no frente a aquello que se inviste poesía, lo que sería aceptado por si mismo, sino que, alejados de todo orden de lectura atenta y detenida, común a todas las experiencias que hacen un poema, se intensifican los apasionamientos doctrinarios por recuperar un solo conocimiento sobre el hecho poético, en tiempos vertiginosos que parecen no aceptar ideas definitorias. El poeta, poseedor de un saber nombrar el mundo, pierde el punto de contacto aparente con sus otros pares; forma de la renuncia absoluta y de la miseria poética inmutable que nos impide hallarnos frente a frente en una relación peculiar con la obra poética de otro poeta; con su valor real que nos permitiría sumarla a nuestros bienes literarios. Esto se ahonda cuando se trata de apreciar cierta obra literaria premiada en algún certamen. En apariencia todo laurel –regional o nacional- palpita en las certezas valorativas a la obra, que todo poeta incorpora a su quehacer; sin embargo ubicarlo bajo los reflectores de la inmortalidad por ello, no se explica ni por el objetivismo ni el subjetivismo que la acción sugiere. Otorgarle un reconocimiento a una obra poética la inviste –en teoría- de una objetividad peculiar que no puede reducirse al acto psíquico de la lectura individual de los miembros del jurado. Se trata de una objetividad que trasciende el marco del jurado, las propiedades valiosas atribuibles al poemario, y la relación con los otros sujetos-poetas. Existe pues, objetivamente, es decir, con una objetividad literaria admitida culturalmente. Empero, bajo la lupa de nuestra tradición emergente, un premio literario es trofeo beligerante que divide e ignora.
Es sabido, en nuestra historia literaria reciente, la polémica generada por el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, considerado el máximo galardón a un poeta mexicano vivo; polémica excesiva generada por los mismos poetas, si bien se ve, quienes parecen asumir la impotente voluntad de dialogar con la obra literaria premiada, intercambiando la trascendencia del efecto de la querella personal por encima del poder sólido del libro e incluso sobre el efecto producido en el jurado que determinó premiarlo, ensombreciendo el fragmentado ambiente poético nuestro. Esta actitud de ignorar la insinuación del libro, a reserva de asumir la existencia de cierta crítica falsa o mal intencionada, admite nuestra carencia de crítica real, relegándola a un nivel inferior a lo que el mismo libro “supuestamente dispone”. En la asignación de los más recientes premios Aguascalientes, abundan momentos en que los ímpetus “críticos” se han relajado hasta convertirse en una actividad de primer orden, injuriosa por decir lo menos, en foros impresos y en charlas de sobremesa; virulenta, por otra parte, por transitar ahora en la web, vía el blogspot o enviada adjunta en archivo, o bajo la rúbrica de spam. Atenidos a la dinámica de la crítica, al tiempo que se emplea para elaborarla, su disposición para hablar sobre el autor en cuestión, el intercambio del poder creativo personal –del que sustenta la crítica- por un asombroso ejercicio de satisfacción, permitiría calificarla como un verdadero juego de inspección. El cálculo general diría que la crítica reciente a las cuatro últimas obras ganadoras del Premio Aguascalientes se ha ejercitado desde la conciencia y procurado desde la colectividad de los otros que comparten la misma circunstancia lectora y creadora. Empero, dicha inspección “personal” a la obra literaria tiende a extremarse, cacareando en ello cierta inferioridad e infelicidad creativa personal. Actos fallidos que relegan las ideas, eximiendo su vigencia fructífera proporcionalmente inversa a la definición de nuestra época poética mexicana. Atmósfera de insatisfacciones personales que discriminan la verdadera rareza literaria nuestra, por llamarla de algún modo; desviamiento por la peculiaridad del temperamento poético que modulan a saber: Reducido a polvo de Luis Vicente de Aguinaga, Hay batallas de María Rivera, Boxers de Dana Gelinas y El deseo postergado de Mario Bojórquez.
Si bien es cierto que ningún poeta alcanza por sí solo la trascendencia, como bien quería Eliot, sino desde su apreciación y vínculo con los poetas y artistas muertos, también resulta necesario suponer el diálogo con sus congéneres. Si la premisa es valorar una obra en contraste, comparación y simultaneidad a todo lo que le antecede, también es factible reconocer el orden dispuesto cuando la obra se crea y llega hasta nosotros lectores, alterando y ajustándose a su propio valor y teniendo como referencia ese acuerdo tácito entre el pasado y el presente emergente. En nuestra tradición actual, encarna una doble responsabilidad, estar al tanto del pasado tanto como el afán de conocimiento lo permita, esto es, de tal modo que la conciencia desarrollada se manifieste críticamente de sí misma, y, por otra parte, sean recurrentes sus búsquedas alrededor de las poéticas que se gestan dialogando con dicho pasado canónico. Procurarse la conciencia de nuestra tradición literaria, entablando indisolublemente el diálogo con la poesía que se construye desde ese escenario. Sin embargo, la crítica deshonesta –adrede a las cuatro propuestas antes mencionadas- busca suprimir la despersonalización a la que tendría que someterse toda obra literaria, poniendo en el ojo enjuiciador al poeta por encima de la poesía. Fórmulas de la repetición y de los reverberos a los que se vuelve constante en nuestro medio, buscando legitimar el nombre del poeta, omitiendo lo que el poema en sus entresijos retoma de la tradición. En términos de interpretación del poema parece contravenir aquella esencia señala por Paúl Valéry, en cuánto el escritor está dispuesto a sacrificarlo todo, menos la conciencia de lo que hace. Desafortunadamente, parece difícil arribar a una concepción análoga de las relaciones conscientes que trenzan el poema, así como en la disposición urgente para la discusión fructuosa entre poetas. Baste mirar las conexiones inciertas entrelazadas a raíz de la aparición de los cuatro títulos ya citados.
Luis Vicente de Aguinaga, ganador con Reducido a polvo, del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2004, concilia poderosamente en su escritura bastas voces de su tradición, la que críticamente comparte y asume y sobre la que cultiva sutilmente un raro equilibrio entre forma y pensamiento. Ancha escritura, ya revisitada en sus anteriores libros, que arroja cierta densidad sobre el pasmo de su voz; heredera irredenta de esa tradición en la que se sostiene. Textura poética en apariencia sencilla, la escritura de Reducido a polvo zarpa de elementos triviales para dosificar cierto delirio lingüístico –que rebasa el simple juego, rayando en la erudición- para nombrar las cosas, resistiéndose al mismo horizonte. Espacio abierto de trozos, líneas limítrofes entre la vida y la muerte, el origen y el fin, la luz y la sombra de rostros irreconocibles en la roca, la sal y el polvo. Arteria retórica de las formas precisas cuyo desgaste, fue toque de queda para que varios poetas denostaran –al momento de la aparición del libro- su curiosidad intelectual eminente, revestida de ironía, humor y reflexión crítica. Al ruido de la crítica, por los desaciertos señalados en un libro, deberíamos armonizar la honestidad atribuible tanto a ella, como al acontecimiento anticipado en la disposición del libro, relación intrínseca en la que la obra adquiere su estatuto como libro premiado. Así se integra de acuerdo con la tradición literaria, como un bien específico, cuyo valor es imputable desde el momento de que la crítica se ocupa de él.
En el mismo tenor, Boxers de Dana Gelinas, Premio de Poesía Aguascalientes 2006, al echar mano de elementos superfluos y frívolos, tras un escaparate de cualquier centro comercial, lejanos de la poesía y apartados de cierto afán esteticista, acuña un elemento novedoso –arma de dos filos- que se manifiesta en la estructura y disposición de los poemas que conforman el libro: es sólo tránsito y quietud, corazonada y especulación lo que sostiene su discurso. Si bien es cierto que ese carácter poco pretencioso siembra dudas en poetas lectores detractores de esa hechura posmodernista de lenguaje kitch, también lo es que involuntariamente desentume nuestra anodina poesía. Boxers logra ser superficial –derogando el tratamiento de los poemas, a sabiendas de que cada uno es una estación de la contemplación y una grotesca órbita del consumismo-, al grado de exasperar al más cándido lector, erigiéndolo en juez versado capaz de avasallar multitudinariamente a la obra. La mano dictatorial de la crítica, le atribuyó adjetivos como sexista, malograda y gomosa. Sirva este ejemplo para entender cómo opera buena parte de nuestra crítica purista: en el momento en que una línea o un verso, insulsos a decir del ojo del examinador, logra llamar su atención, un impulso eficaz perfila, palmariamente, los méritos o descréditos del poeta, vertidos en su reseña. Si ha de menester elogiar, el trato a la obra es general en sus propiedades ornamentales; si ha de subrayar gazapos, se tiende a omitir la pincelada de las gracias que permiten el contraste, ridiculizando en detalle esas desviaciones, citadas textualmente por demás, invadiendo incluso, la lectura obsequiosa del activo lector, aquel que desatiende tientos que le quebrantan sus propias conjeturas alrededor de la obra literaria.
Casos diferentes, pero no por ello, extraños en los avatares recientes, representan los libros Hay batallas, con el que María Rivera obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2005, y El deseo postergado, con el que Mario Bojórquez, obtuvo el mismo galardón en 2007. Con indiscutible animadversión ridícula y petulante, aunada a la audacia que obliga a manifestar todo cuanto se es incapaz de abrigar, varios creadores hicieron gala de ese convencimiento y se arrojaron gozosamente al ruedo del descrédito literario. Patronos de la sospecha, esgrimieron argumentos –sentimientos encontrados- que domaron el valor palmario de la obra poética, trocándolo bajo el recelo de las dables relaciones entre poeta galardonado y alguno de los poetas cercanos a él, miembros del jurado que les otorgó el reconocimiento. Así, se dirigió el martilleo antes de la publicación del libro premiado, poniendo en el banquillo de los acusados al poeta en cuestión y, proscribiendo impunemente, hasta hoy, el diálogo con la propuesta poética.
Bástenos, revisar la acometedora escritura de Hay batallas, donde el poema es cuerpo, grafía del desasosiego, de la batalla que hay que saldar para librarse del paso ineludible del tiempo. Escritura que, cuando hace uso de puntos suspensivos para agrietar el poema, testimonia su cauce, tiempo y tránsito, también el desmembramiento frente al tiempo, su tiempo. Escritura de la añoranza desesperada del nacer muriendo, de la compartición del pan, la sal, la muerte, Hay batallas se nos presenta como un credo a la agonía; respuesta tajante que acepta la muerte o el letargo al entorno y las cosas nimias que deshabitan el espíritu. La escritura de María Rivera logra materializar la aridez de una casa-patria, de un cuerpo-ser intangible; polvo-tristeza que cubre la casa, la memoria, el cuerpo-aire, la casa-cuerpo en que gravita la incertidumbre interna del tiempo y del vivir. En la misma línea, El deseo postergado, de Mario Bojórquez, parece reconciliarnos en el misterio de la condenación y de la miseria del espíritu humano, necesariamente trascendental en el dolor y el abandono, muy a pesar de su libertad creadora y lucidez virtuosa. Llamada áspera de los momentos acuosos en que el espíritu se somete a la experiencia amarga de la vida, enjuiciando su existencia e imantando su otredad bajo el discurso del eterno retorno. Inserto expresamente en la enorme tradición mexicana y del renacimiento hispánico, en cuanto a la cadencia, expresividad y combinaciones métricas, El deseo postergado, logra purificar el descalabro sentencioso del espíritu sobreexpuesto a su tiempo y tragedia, imposible de saldar.
Frente a la maquinación de enjuiciamientos y de contrareseñas cuyos cruces atienden a principios y motivos disconformes, habría que pugnar por una verdadera asepsia de nuestra crítica imperante. En tanto sigan multiplicándose conjeturas arbitrarias y escarnios a la imagen del poeta, como directrices de complacencia y seso, nos seguiremos alejando del pretendido canon de la crítica, aquella que justiprecia la obra literaria como concierto desprendido de la naturaleza creadora del hombre. Quien se regodea señalando defectos en una nueva obra -apuntaba Coleridge- no me está fijando nada que no haya convenido en mi lectura sin la ayuda de su revelación. Por el contrario, el examinador lúcido que resalta la belleza de una obra naciente, desenmascara el misterio, lega impresiones que la experiencia sola, no habría permitido augurar. Ruedos de nuestros angostos cotos críticos. Sólo la zozobra serena y el aliento vigoroso frente a nuestra poesía nos apostarán como testigos postreros de nuestra historia literaria emergente, alejados de la emoción insulsa que ha escrito capítulos incendiarios y verdaderamente ingratos.

*Texto incluido en Viento en vela #10 (diciembre 2007)

domingo, febrero 10, 2008

Revista Viento en Vela #10



Este es el número 10 de la Revista de literatura y gráfica Viento en Vela, el cual está dedicado a los 8 libros ganadores del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes del presente siglo, es decir de 2000 a 2007. Se trata de un análisis sobre estas ocho obras realizadas por críticos y poetas, entre los que se cuentan: Alí Calderón, Daniel Téllez, Marco Fonz de Tanya, Jair Cortés, Israel Ramírez, Norma Salazar, Rodrigo Martínez, Eduardo Uribe, Balam Rodrigo, Luis Paniagua, Roberto Cruz Arzabal, Claudina Domingo, Eve Gil. Este trabajo de crítica literaria fue supervisado y diseñado por Iván Cruz Osorio. Esperamos que puedan acompañarnos y adquirir este ejercicio de pausa y reflexión sobre estas propuestas, desde Los hábitos de la ceniza de Jorge Fernández Granados a El deseo postergado de Mario Bojórquez, que marcan una vía, dentro de las muchas, en la poesía nacional. Este trabajo crítico fue diseñado por el poeta Iván Cruz Osorio, con el diseño gráfico de Santiago Robles e ilustraciones de Alejandra España.

CONTENIDO
  1. Ocho piezas para el rompecabezas de la poesía actual (por Alí Calderón)
  2. Criterios de tiento y pifia (por Daniel Téllez)
  3. 2000-Los hábitos de la ceniza de Jorge Fernández Granados (4 preguntas, por Iván Cruz Osorio y Gabriela Astorga)
  4. Partir de donde la ceniza cumple sus hábitos (por Marco Fonz de Tanya)
  5. Los hábitos de la ceniza o la memoria como un segundo incendio (por Jair Cortés)
  6. 2001- Sín título de Jorge Hernández Campos
  7. La renovada esperanza: Sín título de Jorge Hernández Campos (por Israel Ramírez)
  8. 2002- Coliseo de Héctor Carreto (5 preguntas)
  9. Coliseo: una voz interior (por Norma Salazar)
  10. 2003- Dylan y las ballenas de María Baranda (5 preguntas)
  11. Dylan y las ballenas o la transfiguración del poeta (por Rodrigo Martínez)
  12. 2004- Reducido a polvo de Luis Vicente de Aguinaga (5 preguntas)
  13. Pero también a pesar del polvo: sobre Luis Vicente de Aguinaga (por Eduardo Uribe)
  14. La permanencia que se fuga: Reducido a polvo (por Luis Paniagua)
  15. 2005- Hay batallas de María Rivera
  16. Logomaquia, religión y deicidio en Hay Batallas de María Rivera (por Balam Rodrigo)
  17. 2006- Boxers de Dana Gelinas (5 preguntas)
  18. Totalmente poesía (por Eve Gil)
  19. 2007- El deseo postergado de Mario Bojórquez (5 preguntas)
  20. Acercamiento a El deseo postergado (por Roberto Cruz Arzabal)
  21. Mínima entrevista con Juan Domingo Argüelles, a 40 años del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (por Claudina Domingo)