domingo, mayo 27, 2007

Las dramáticas aventuras de wozzek, el perro individual (de Ricardo Bernal)


LAS DRAMÁTICAS AVENTURAS DE WOZZEK, EL PERRO INDIVIDUAL*
de Ricardo Bernal (ciudad de México, 1962)

No recordaba su vida anterior. Tal vez los ruidos, tal vez el impacto de luz más allá de los párpados, y sobre todo el aroma dulzón del protoplasma: ya se sabe que la memoria de un perro está en el olfato. Wozzek nació en una tienda de mascotas junto con otros tres cachorritos. Su perra madre murió al día siguiente y Giovanni, el redondo dueño de la tienda, los llevó a la jaula de cuidados intensivos para que sobrevivieran. Qué hermoso eres, cachorrito, pensó Giovanni en italiano, y metió a Wozzek en un viejo calcetín de cuadros azules, arrullándolo un poco. El perrito se acurrucó y quiso saber qué pasaba, pero su pequeño cerebro desconocía los mecanismos del pensamiento, así que se quedó dormido. Martes, miércoles, jueves, viernes; Giovanni cantaba óperas gangsteriles, y les daba su mamila a Wozzek y sus hermanos. Las paredes de la trastienda estaban pintadas de verde para tranquilizar los nervios de sus habitantes. Además de perros, gatos, canarios y peces, había un pulpo marino que todo el tiempo palpaba las paredes de la tina donde vivía, buscando una grieta por donde escapar. No había cebras, pero estaba el General, un ridículo mono araña importado de Veracruz. No había canguros, pero sí un par de conejos grises y fornicadores que no pensaban en otra cosa. También estaba Marichu, la guacamaya más hermosa del mundo, el zopilote Omar, y Efraín, el búho tuerto que todos creyeron disecado, hasta el día en que se fue volando tan tranquilo por la puerta. Las anécdotas de todos estos personajes fueron los primeros recuerdos de Wozzek, quien a las pocas semanas de nacido vivía ya en una de las jaulas colocadas frente al aparador: Giovanni quería vender sus perros finos cuánto antes, necesitaba dinero para volar a Roma, y decirle adiós a su moribunda tatarabuela. Wozzek, como buen perro que era, se dedicaba a dormir, comer y cagar. Algunas veces alzaba sus orejas de ratón y miraba a los extraños seres que lo señalaban desde el otro lado del cristal: Mira mamá qué bonita rata; No es rata m´hijo, es un perrito; Mira mamá que feo perrito. ¡Guau! Esa fue la primer palabra que Wozzek aprendió, la única, a decir verdad. En ella se resumía todo el conocimiento, toda la percepción que puede tener de la vida un cachorrito huérfano. Afuera de la tienda los seres extraños pasaban, y también pasaban los días y las noches. Soles, lunas, nubes, carros de bombero, coloridos desfiles, asaltos sangrientos, Wozzek miraba todo con ojos azorados. Existe la vida, es cierto. Existimos. Plumas, colmillos, sonrisas; en la tienda de mascotas las reglas eran muy simples: comer, jugar, escandalizar. A veces el precio era un pececito menos, una mordida infectada. ¡Guau! Todos somos iguales en este ordenado caos. Pero Wozzek ignoraba que en sus adentros había una semilla de luz: su individualidad. Una individualidad que necesitaba crecer sublime y esférica; algo imposible en medio de tantos gritos, aullidos, maullidos y ladridos. Algo imposible en medio de los pleitos, los insultos de Marichu, las discusiones por el plátano que el General le embarró en el culo a Giovanni, por la cena engusanada de Omar, o por la lluvia de alpiste que cayó en la tina de Don Pulpo, haciéndolo lanzar maldiciones oceánicas a diestra y siniestra. Y Wozzek abría sus ojos enormes. Su individualidad necesitaba con urgencia otro lugar para crecer. Wozzek, como todo perro fino, necesitaba un hogar donde vivir.

Lila estaba sola. Había estado sola toda su vida, pero tan solo ahora, a sus 24 años se daba cuenta, y la soledad le pesaba como una barra de plomo en el corazón. Escapada del rigor militar que infectaba su casa materna, Lila había rentado un decrépito departamento donde podía preparar sus clases de historia del arte y pintar sus extraños y codiciados cuadros sin ningún tipo de interrupciones. Sin embargo, sus días eran largos, iguales, desabridos; a Lila le parecía que la existencia era un tren de vagones aburridos y eternamente vacíos. Los últimos dos amores de su vida, Rosencratz y Guildenstern, habían huido por el espejo y vivían muertos del otro lado, dedicándose a los asuntos que le corresponden a todo aquél que huye por el espejo. Lila bebía café negro y ponía sin descanso sus viejos discos de los Residents mientras calificaba tareas o dibujaba. Cuando miraba el espejo, ya casi nunca encontraba en él a Guildenstern con su sonrisa de niño dios, tarareando rolas de Marillion; ni a Rosencratz colgado de un candil, y usando humito de colores para pintar un paisaje del Amazonas, acompañado de su inseparable Barbie, esa perra. Lila recorría las calles bajo la lluvia. Buscaba tréboles de cuatro hojas debajo de los puentes, colocaba bombas imaginarias en los templos de la colonia Condesa, o marcaba teléfonos descompuestos hasta que algún ángel piadoso le contestaba. Lila estaba sola. Por las noches se encerraba en su departamento donde escribía desolados cuentos de ciencia ficción, o cartas de amor cucaracha sin posdata ni firma. Una tarde, en uno de sus paseos, Lila pasó frente a una puerta ovalada con un letrero:
ENID, ADIVINA. TAROT Y OTRAS ARTES.PRECIOS MODICOS. PASE USTED.

Tratando de no burlarse de sí misma empujó la puerta y entró a un pasillo angosto como sarcófago, en cuyo final retozaba una escalera de caracol. ¡Alto ahí!, dijo Lila, y la escalera se quedó quieta. Cielo e Infierno; hay una tempestad entre mis dos hemisferios, pensó y comenzó a subir entre nubes rosadas y caballitos de mar. Después de quinientos escalones llegó a un diminuto salón donde había una mesa y detrás de la mesa una sonriente luna llena. Hola muñeca, ¿cómo te llamas? Lila. Mucho gusto, yo soy Enid; ¿quieres que te lea la mano? Pero no tengo dinero. No importa, me darás un porcentaje de tu suerte, esa será suficiente paga. Lila se sentó extendiendo su mano izquierda hacia Enid. Por lo maltratado de tus uñas puedo adivinar que eres albañil. Ni madres, soy pintora y escultora. Perdón, ¡mira! Aquí dice que muy pronto tu vida cambiará; además bla-bla-bla. ¿Bla-bla-bla? Sí, bla-bla-bla. ¡Oh!, dijo Lila levantando las cejas y mirando su mano. Pues muchas gracias señora, y haciendo mil reverencias salió de ahí. Se despidió de los caballitos de mar y una vez en la calle se echó a correr. Vieja loca, ¿cómo se atreve a decir que mi vida cambiará? Esa tarde Lila cruzó los mismos jardines, las mismas avenidas de siempre. De pronto se sintió distinta, como si la madera de su alma cobrara vida; marioneta resucitando en el desván de los juguetes. Alguien la miraba. Alguien la había estado mirando toda la vida. ¿Alguna vez tuve aureola?, ¿alguna vez tuve alas? ¡Qué extraño momento para experimentar el satori!, pensó. Entonces sus ojos se toparon con los ojos de Wozzek quien desde el otro lado del universo, del otro lado de la calle y detrás del cristal de la tienda de mascotas brincaba como loco y movía su pequeño rabo. Lila no escuchó los ladridos: sus oídos zumbaban y kundalini le mordisqueaba el corazón mientras corría, mientras cruzaba la fantasmal corte de claxonazos, frenones y mentadas de madre. Llegar a la banqueta, ver un nebuloso rostro reflejado en el vidrio, y del otro lado del vidrio la brillante nariz de Wozzek, quien haciendo uso de polvos telepáticos decía en silencio: Mamá, Mamá, Mamá. Quédate conmigo, quédate conmigo. Las palomas y canarios de la tienda se pusieron tristes. Un topo recuperó la vista. Marichu movió sus alas de ángel muy despacio y el General interrumpió la cuarta paja de la tarde. Todos miraron a Wozzek. Todos comprendieron que a partir de ese momento lo habían perdido para siempre. Sólo quedaba un pequeño problema por resolver: Lila no tenía dinero. Había empeñado su reloj para comprar lienzos, y el último sueldo de sus clases se lo había gastado en discos de los Legendary Pink Dots. No te muevas de aquí, amor mío. Esta noche vendré a sacarte de tu cárcel. Viviremos juntos, mi vida, siempre juntos. ¡Guau! exclamó Wozzek. Desde su guarida, Enid miraba la escena en una bola de cristal.

Inútil describir la Operación Rescate. Baste decir que Lila se descubrió habilidades nunca imaginadas. Soy experta en ganzúas, cerrojos y sierras. Cosas de la reencarnación, pensó; tal vez en mi vida anterior fui ratero. Para Giovanni no fue difícil aceptar la pérdida de su cachorrito. Al día siguiente, mientras trataba de reparar los destrozos hechos por Lila al llevarse a Wozzek, recibió un telegrama: MURIÓ TATARABUELA/ HEREDÓTE TODOS NEGOCIOS/ VEN CUANTO ANTES/ Y así, la tienda de mascotas se convertiría en un arca de Noé rumbo a la madre Italia. Giovanni imaginó a Omar y a Marichu tirados en cubierta, con lentes oscuros y sendos martinis en las alas; al General con su uniforme de general listo para gritar ¡Tierra a la vista!; a Don Pulpo atado al ancla, diciendo Mierda mierda mierda mierda, mientras depositaba sus tentáculos a plazo fijo en los bancos de coral. Todos felices en busca de un nuevo sol. Todos menos Wozzek quien corría junto a Lila, con la lengua de fuera y un arcoiris en la mirada. ¡Vamos perrito! Tenemos que darle tres vueltas al Parque Hundido. ¡Guau! hacia adentro. ¡Guau! para toda la vida. Todo era plenitud. Sin embargo, escrito está en los antiguos textos: los romances que comienzan con un flechazo, rara vez sobreviven.

Wozzek fue muy bien recibido en el hogar de Lila. Yo soy pintora, pin-to-ra. Estos son mis cuadros. ¡Guau guau! Claro que sí. Mira, este es tu plato; estas se llaman croquetas, cro-que-tas. Este es el espejo, y esa cosa negra que te mira, ¡eres tú¡ Lila se quedó seria; Wozzek, si alguna vez alguien intenta escaparse del espejo, le arrancas el corazón de un mordisco. Sin piedad ¿me entiendes? Después: la sonrisa. Ven Wozzek, esta es mi colección de música. Principalmente tengo... quise decir, tenemos, óperas y rock subterráneo. Te voy a pedir que por favor. Y Wozzek miraba todo. La vida existe, es cierto. Estoy vivo, y esta mujer es mi madrehermanamantenovia y me ama. ¡Guau! Cómo me ama. Lila organizó un bautizo para su nuevo amor; invitó a sus amigos poetas, pintores y homosexuales. Desde hoy, Wozzek Emiliano Serafín Patricio te llamarás, dijo un sacerdote barbudo, panzón y absolutamente borracho, mientras Wozzek se comía las botanas de cangrejo. Esa noche, la guarapeta terminó en Garibaldi, todos abrazados y vomitados cantando corridos tequileros. Debajo del sombrero de un mariachi, Wozzek aulló como lobo en luna llena. Al día siguiente, madre y perro compartían la misma cruda. Nunca más volverían a asomarse por el espejo Rosencratz y Guildenstern: Lila ya no estaba sola.

La individualidad de Wozzek comenzó a germinar: primero fue una minúscula canica incolora, luego una esfera que con destellos celestes rodeaba al perro y sus cosquillas. Lila lo pintó en diferentes posiciones. Lo disfrazó de niña y le puso pestañas postizas. Le enseñó a comer con cubiertos y a no pedorrearse en voz alta. A veces Wozzek se tomaba el agua del retrete y Lila le pegaba con un periódico. Niño malo ¡eso no!, ¡eso no! Un día se comió un libro de Orson Scott Card, y Ender, el héroe de la historia, vivió una aventura demoníaca y pestilente en las tripas del perro. Cuando Lila se iba a dar sus clases, Wozzek se quedaba solo. No sabía qué hacer con su individualidad. Escuchaba discos de jazz desquiciante a todo volumen y los vecinos gritaban, o escarbaba los cajones del ropero, transformando el departamento en un multicolor carnaval de calzones y brasieres. Pasó el tiempo, las ausencias de Lila eran cada vez más largas. Adiós perrito, pórtate bien; ahí te dejo unos discos programados para que no te aburras. ¡Guau! Lila se colgó su morral, guardó las llaves y antes de salir le mandó besitos a Wozzek con la punta de un dedo. Tan pronto como se oyó el slam de la puerta exterior del edificio, Wozzek corrió hacia el espejo. Ahí estaba su imagen reflejada: ya no era el dulce cachorro de los tiempos de Giovanni, ahora era un perro fuerte y con cara de tonto. ¡Guau! dijeron a la vez Wozzek y el perro del espejo. Nunca nunca nunca se te ocurra entrar al espejo, del otro lado hay cosas horribles; le había dicho Lila una noche. Pero Wozzek era un perro individual, así que retrocedió para tomar vuelo, se arrojó, y en un instante estuvo del otro lado. El departamento paralelo era exactamente igual al suyo: los mismos sillones maltratados, los mismos trastes sucios en la mesa del comedor, las mismas pinturas enormes en las paredes. Hasta el disco de los Pelican Daughters que sonaba en el aparato era el mismo. Wozzek se asomó a la cocina: la misma cocina. Se asomó a las recámaras: las mismas recámaras. ¡Qué aburrido! ¿Dónde estaban las cosas horribles que le había prometido Lila? En eso volteó hacia el espejo y se quedó estupefacto: su imagen había desaparecido. El espejo lo reflejaba solamente cuando estaba en el mundo de los vivos. Se oyó un clic en los rincones. Wozzek recordó el cuento de Cortázar que Lila le había leído la tarde anterior, ¡En la madre! Han tomado las recámaras; y horrorizado regresó por donde había venido. Esa noche, mientras Lila pintaba monstruos, Wozzek dormía. De pronto su individualidad se esponjó hasta abarcar toda la habitación. Aunque seguía siendo una individualidad hermosa, ahora tenía cierto tinte terrorífico apenas perceptible. Entonces Lila, en un insólito trance de ojos desorbitados y manos temblorosas, usó los colores más asesinos para colorear. En su mente había neblina morada, los decadentes teclados de Death in June sonaban a todo volumen. ¡Maldito monstruo de alas verdes y pito azul; mira lo que hago contigo! Y en lugar de usar pinceles, Lila pintó con las manos, embarrando auras de fealdad y desolación en su cuadro. Wozzek despertó. En un instante su individualidad se redujo al tamaño de un garbanzo, y Lila se talló los ojos como regresando de un sueño lodoso. Vio el cuadro a medio acabar. No sé qué me pasa, cada vez pinto peor. En fin, suspiró. Vente Wozzek, vamos a dar un paseo; pero antes, un vasito de leche para purificar el alma. ¡Guau!

La segunda vez que Wozzek cruzó el espejo se encontró a Rosencratz sentado en un sillón. Sus ropas eran harapos, tenía los ojos cerrados y una maltratada barba de apóstol. Hola perro estúpido, ¿qué hay de nuevo?, dijo el extraño sin abrir los ojos. Conque ahora eres tú el amor de Lila ¿eh? Antes fui yo, y antes de mí fue Guildenstern... ¿Te digo una cosa? De este lado viven los Hombres Poder. Fueron ellos quienes devoraron a Guildenstern. ¿Guau? Tal cómo lo oyes; si Lila se entera se va a poner muy triste. ¡Pobre Guildenstern! Traté de salvarlo, pero las mandíbulas de los Hombres Poder son indestructibles. Lo único que pude rescatar del sangriento festín fue esto: ¡mira! Y Rosencratz sacó de su costal una mano verde y reseca. En ese instante, la individualidad de Wozzek despertó, afilándole los colmillos y la mirada. El aura que irradiaba la mano, era igual a los colores del cuadro que pintaba Lila. ¡Guau!, gritó Wozzek. De un veloz mordisco le arrebató la mano a Rosencratz y corrió hacia el espejo. ¡Espérate pinche perro! Tú no puedes ha/... Cuando Wozzek estuvo del otro lado, el espejo sólo reflejaba a un perro negro con una mano verde en el hocico. Más atrás, el sillón estaba tan vacío como el trono de un rey decapitado. Wozzek escondió la mano detrás del buró de Lila. Sabía que ella nunca la iba a encontrar ahí.

Lila comenzó a tener pesadillas. Sus sueños eran un laberinto de carne cruda, una monstruosa guerra entre juguetes y perros deformes. ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí?, preguntaba Lila al despertar, mientras Wozzek le lamía las manos y la cara. Por las tardes Lila se iba a la escuela sin comer ni maquillarse. Zombi cruzaba las calles, la gente se hacía a un lado para dejarla pasar, y en el salón de clases sus alumnos murmuraban cuando ella repetía su cátedra con la mirada fija en quién sabe qué visiones. En casa, los pinceles y los óleos se llenaron de telarañas; las cucarachas fundaron ciudades en los trastes sucios que se amontonaban en la cocina y el comedor. Lila conversaba con las negras y escandalosas risas que de pronto salían de los lugares más inverosímiles: la azucarera, el botiquín, un zapato volcado debajo de la cama. Wozzek dejó de ladrar; dormía todo el tiempo, y su individualidad se convirtió en un cascarón ceniciento y agrietado que lo apartaba del mundo. La mano de Guildenstern seguía inmóvil detrás del buró.
Veo fuerzas oscuras invadiendo tu casa, dijo Enid. Mira: éste es el Diablo, junto a él está el Mago de cabeza, seguido del diez de espadas. Tiene que ver con algún amor destructivo de tu pasado reciente. ¿Te dice algo? Mmmmmmm... No, la verdad no; contestó Lila acariciándose el mentón. Tenía las ojeras muy marcadas, los anillos le quedaban flojos. ¿Las puedes tirar de nuevo? Las manos de Enid se movían como palomas; detrás de ella, siete velas proyectaban siniestras sombras en los muros. Extendió las cartas y las fue volteando una por una: las figuras habían desaparecido. Enid se sobresaltó. ¡No puede ser!, dijo; ¡Se han borrado! Estamos frente a una fuerza muy grande. Pero ¿quién?, ¿qué fuerza?, preguntó Lila. No sé... ¡Mira¡ Esta es la posición del Desenlace, es la única carta que no se borró. ¿Qué es? Un príncipe, el Principe de espadas: significa que un hombre se va a aparecer en tu vida, aunque necesitaría que las otras cartas fueran visibles para saber bajo qué circunstancias. Lila cerró los ojos, algo zumbaba en los calabozos de su corazón. Gracias Enid, ¿cuánto te debo? No me debes nada; pero tendrás que dibujarme un tarot nuevo, éste ya no sirve. Toma, quédate con el príncipe. Lila guardó la carta en su morral, abrazó a Enid y salió de prisa: el dique de sus ojos estaba a punto de romperse. Enormes mantarrayas grises se retorcían encima de la ciudad. Cuando cayeron las primeras gotas de lluvia, el llanto se adueñó de Lila como un diluvio purificador. En su departamento, detrás del buró, la mano de Guildenstern movió los dedos muy despacio.

Esa noche, Lila tuvo un sueño: tres bestiales seres azules, sentados en sus rojos tronos de reses muertas. Estaban completamente inmóviles, usaban lentes oscuros y tenían dos bocas, una encima de otra. Eran los Hombres Poder. Sus dedos, gruesos como sandías, estaban llenos de anillos, y encima de sus coronas de plástico revoloteaban varios cuervos con cabezas humanas. Las seis bocas comenzaron a hablar al mismo tiempo: los tonos de las voces no diferían ni una octava. ¡No quieras engañarnos Lila! Nadie puede retacar los hoyos del pasado con ladridos. ¡Regresa al Espejo lo que al Espejo pertenece! Lila despertó temblando y con el corazón a mil por hora. Los ácidos coros de los Teenage Filmstars llenaban la habitación y Wozzek la miraba con los ojos muy abiertos. ¡El espejo!, gritó Lila; ¡Hay que romper el espejo! Entonces la mano de Guildenstern salió volando de su escondite y se apoderó de la garganta de Lila. En las paredes las pinturas comenzaron a balancearse. El espejo ondulaba como la superficie de un charco después de la piedra. La mano apretaba apretaba apretaba, y no dejaría de hacerlo por más que Lila le clavara las uñas en el dorso. Wozzek, enloquecido, ladró como nunca; su individualidad estaba a punto de resquebrajarse en mil pedazos. El rostro de Lila fue blanco, rojo, violeta; una neblina de trapo empañó su mirada y los camaleones del pasado acudieron en tropel a su memoria: recordó el pay de manzana que hacía abuelita, su primer borrachera, la sonrisa fantasma de Rosencratz; recordó las suaves manos de Guildenstern desvistiéndola... Lila perdió el conocimiento.

Abrió los ojos. El aire entraba en sus pulmones como un bálsamo inventado por ángeles. Estaba en su cama, a su lado Wozzek dormía tranquilo. De pronto oyó ruidos en el comedor, pasos que se acercaban. ¿Quién anda ahí?, gritó aterrada. No te asustes Lila, dijo la voz; después de la voz apareció el rostro. Soy Elidir, te acabo de salvar la vida. Era él. El mismo rostro, la misma vestimenta: el Príncipe de espadas de la carta de tarot que Enid le había regalado. El espejo está roto, dijo Elidir; tu pasado no volverá a molestarte. Extendió su sable hacia Lila: en la punta, como una tarántula disecada, estaba la mano de Guildenstern. ¿Eso salió del espejo?, preguntó Lila. Bueno, no precisamente, tu perro la trajo del otro lado. Pero no te preocupes, ya todo está bien. ¿Quieres un té?

Elidir era el nuevo vecino del departamento de abajo, quien al escuchar los ladridos de Wozzek y el escándalo, subió a pedir que por piedad lo dejaran dormir un poco. Como nadie le abría, imaginó que algo raro estaba sucediendo, un violento robo tal vez, y regresó por su poderoso sable; Elidir era maestro de esgrima. El resto fue cuestión de segundos: abrir la puerta de una patada, ensartar la mano con el sable, darle a Lila respiración de boca a boca y luego romper ese espejo de donde unos seres terribles y voluminosos intentaban escaparse. Desde ese día, Lila y Elidir se hicieron amigos. Juntos iban al cine y al teatro. Por las tardes, mientras Lila daba sus clases, Elidir se quedaba en casa lavando los trastes, o iba al supermercado a conseguir ingredientes para preparar ensaladas exóticas. Poco a poco, Lila fue olvidando a los Hombres Poder y la maldición del espejo. Los besos de Elidir borraron los últimos recuerdos de Rosencratz y Guildenstern.

Lila comenzó a pintar como nunca. Su nuevo modelo apareció como un héroe medieval en todos sus cuadros, y a Lila le llovían invitaciones para exponer en las galería más importantes de la ciudad. Llegó la fama y la fortuna. Llegó el amor, el verdadero amor. Elidir llevó todas sus cosas al departamento de Lila, no tenía caso seguir pagando dos rentas. Lila y Elidir veían el futuro como un bosque de cristal habitado por hadas, elfos y unicornios, donde todo era luz.

Entonces murió Wozzek.

Desde la noche en que Elidir hizo su heroica aparición, la individualidad de Wozzek se convirtió en una dura coraza. A veces comía, a veces no. La mayor parte del tiempo se la pasaba dormido. Lila dejó de hablarle; ya no hubo paseos por el Parque Hundido, ni noches de risas y música. Todas las atenciones de Lila eran para ese niño bonito salido de una baraja. Así, una tarde de abril, Wozzek murió de tristeza encima de sus almohadones floreados. Desde el tocadiscos, Tuxedomoon desenredaba lentas marchas fúnebres. Por la noche Lila y Elidir regresaron con sus antifaces psicodélicos y el cabello lleno de confeti: miraron al perro como si fuera parte de la decoración y se encerraron con llave. Dos días después, cuando ya las moscas exploraban los orificios de Wozzek, Lila se agachó a acariciarlo ¿Wozzek? ¿Qué tiene mi perrito? No no no... ¡Despierta Wozzek! ¡Nooooo! Wozzek fue enterrado sin ceremonias en el Panteón de las Lamentaciones; Lila lloró una semana seguida. Sin embargo, los luminosos brazos de Elidir lograron consolarla. Compraremos otra mascota, vida mía; ¿qué tal un periquito australiano? Ya no llores, me parte el corazón verte así. Y Lila se resignó a la pérdida de su amado perro. Pintó un cuadro enorme donde Wozzek aparecía de cachorro, sonriendo, rodeado de ángeles y de nubes.

Pasó el tiempo. A Elidir le iba muy bien con sus clases de esgrima. Lila ganó varios premios, y se fueron a Europa a celebrar. Cuando regresaron, Lila recordó a Enid y decidió visitarla. Aquel extraño local donde antes se leía el Tarot y se adivinaba la suerte, era ahora un salón de belleza: nadie supo dar informes sobre el nuevo domicilio de Enid. En vísperas de navidad Lila y Elidir se mudaron a una casa muy grande y llena de luz. Este cuarto será tu estudio de pintura, pondremos macetas en todos los rincones; aquí habrá un piano blanco como el de Lennon, y viviremos felices para siempre. Colocaron un hermoso arbolito repleto de luces y esferas. Prepararon pavos y pasteles. Entonces Lila le dio la buena noticia a Elidir: ¿Sabes una cosa mi amor? Estoy embarazada. Elidir la abrazó y dieron muchas vueltas. ¡Un hijo un hijo un hijo un hijo¡ Será precioso; tendrá mis ojos y tu sonrisa. Ojalá sea un hombrecito.

Pero no era un hombrecito lo que crecía en el vientre de Lila. Wozzek había decidido regresar. Ya se estaban formando los pequeños dedos de sus patas y su rabo. Sus orejitas de perro medían medio centímetro y su hocico de perro era del tamaño de una almendra. En el diminuto corazón de Wozzek, su individualidad era un grano de azúcar. Esta vez sí recordaba su vida anterior.

*Cuento incluido en el número 7 (marzo 2007) de Viento en vela.

sábado, mayo 26, 2007

Revista Viento en vela #7


Este es el número 7 (Marzo 2007), el cual está dedicado primeramente a hacer una revisión de dos tendencias narrativas enfrentadas en nuestro país: el cuento fantástico y el realista. Para desentrañar está polémica tenemos los textos de los narradores Alberto Chimal (Toluca, 1970) y Edgar Omar Avilés (Morelia, 1980); además de las entrevistas realizadas a Fabio Morábito, Francisco Hinojosa y Daniel Sada. Así mismo se incluye una muestra de 5 cuentos con las tendencias ya mencionadas, para ejemplificar el tema. Esta parte del número estuvo coordinada por Edgar Omar Avilés y Benjamín Morales (Ciudad de México, 1984).
En nuestra sección de fotografía se incluye una serie títulada Ficciones realizada por la fotógrafa Adela Goldbard (Ciudad de México, 1979).

En segunda instancia se hace un homenaje a Jaime García Terrés (1924-1996) a 11 años de su muerte. Para explicar y recordarnos la importancia de este autor en sus distintas facetas escriben Rafael Vargas, Ramón Xirau, Rodrigo Martínez y Jaime Moreno Villarreal. Así mismo se incluyen 2 poemas publicados recientemente entre sus textos inéditos en el libro Carta viviente (FCE, 2006). Esta segunda parte estuvo bajo la coordinación de Christian Barragán (Ciudad de México, 1985)

CONTENIDO
  1. Editorial (Por Gabriela Astorga)

Homenaje a Jaime García Terrés

  1. Presentación. Una postal (Por Christian Barragán)
  2. Poema: Lección de cosas (de Jaime García Terrés)
  3. Carta viviente: la palabra de Jaime García Terrés (Por Rafael Vargas)
  4. Jaime García Terrés (Por Ramón Xirau)
  5. Sentido y responsabilidad de la literatura: sobre un ensayo de Jaime García Terrés (Por Rodrigo Martínez)
  6. Carta viviente: la doble exigencia (Por Jaime Moreno Villarreal)
  7. Poema: Una suerte de Lázaro (de jaime García Terrés)
  8. Fotografía: Ficciones (de Adela Goldbard)

Una mirada al cuento fantástico y realista

  1. La fantasía es antigua (Por Alberto Chimal)
  2. Cuento fantástico: La noche de los inmortales (de Fernando de León)
  3. Entrevista a Fabio Morábito (Por Benjamín Morales y Edgar omar Avilés)
  4. Cuento Realista: Incandescencia (de Queta Navagómez)
  5. Realidad: metáfora de la fantasía (Por Edgar Omar Avilés)
  6. Cuento fantástico: Las aventuras de Wozzek, el perro individual (de Ricardo Bernal)
  7. Entrevista a Francisco Hinojosa (Por Benjamín Morales y Edgar Omar Avilés)
  8. Cuento realista: Los Condenaditos (de José Luis Enciso)
  9. Entrevista a Daniel Sada (Por Benjamín Morales y Edgar Omar Avilés)
  10. Cuento fantástico: La noche de los muertos vivientes (de Guillermo Iñigo Núñez Jáuregui)

domingo, mayo 13, 2007

Entrevista a Daniel Sada


ENTREVISTA A DANIEL SADA* (Mexicali, Baja california, 1953)

por Benjamín Morales (ciudad de México, 1984) y Édgar Omar Avilés (Morelia, Michoacán, 1980)


¿Qué es la fantasía en la literatura?

Considero que la fantasía es una apostilla dentro de la realidad, no puede haber referente fantástico si no tenemos el referente de realidad. La Fantasía por sí misma para mí no existe. Los elementos de la realidad se pueden volver fantásticos, sólo basta que uno pueda percibir los lados oscuros de la realidad. La fantasía no es una cosa exagerada, donde pasen cosas absolutamente inverosímiles, debe de haber una coherencia. Es muy difícil inventarse una fantasía totalmente estructurada fuera de la realidad, aunque es posible crearla, aunque no me resulta tan atractiva la fantasía muy desbordada. Lo que me interesa no es la realidad más evidente, sino lo que puede haber detrás de las cosas reales. Esto lo decía Milán Kundera en su libro sobre la novela: “hay que buscar lo que no se ve”. En pintura todos vemos el árbol, pero no todos vemos la sombra o el comportamiento de la luz entre las ramas. Estos ya podrían ser elementos fantásticos sin apartase demasiado de lo real.


¿Te consideras un escritor realista?

Parto del hecho de que no soy un escritor realista, me cuesta mucho trabajo volcar toda mi visión absolutamente realista. Creo que siempre hay un elemento de extrañeza en mis textos que los modifica.


¿Por qué los textos realistas tienen más éxito comercial que los fantásticos?

Sobre todo en México, donde prácticamente te exigen ser realista. Si no eres realista casi casi te empujan a que escribas poesía. Uno ve ejemplos aislados de gente que escribe fantasía como Hugo Hiriart, Emiliano González, Arreola, pero no hay una tradición de literatura fantástica en Latinoamérica, salvo en Argentina. En Estados Unidos hay toda una concepción de la literatura fantástica, en los países escandinavos también. Selma Lagerlöf escribió mucha literatura fantástica y fue Premio Nobel. En contraste con los niños, a los adultos se les enseña a tener límites con la fantasía, pues [los adultos] sienten amenazada la verosimilitud y muy poca gente es capaz de apreciar la fantasía. La gente quiere identificar lo que lee con lo que vive de inmediato. Y pensar en otra cosa les resulta demasiado riesgoso para el intelecto, para la psique. Claro, yo también tengo mis límites para la fantasía y siento cuando me están tomando el pelo. Flaubert decía que la fantasía esta dentro de la realidad, que no había porque exagerar las cosas, ni extrapolarlas. Que la misma realidad ofrece la fantasía. En la realidad hay misterios.


¿En México quién o qué obliga a que sólo se escriba literatura realista?

Te voy a dar un dato: cuando yo estaba muy joven asistía a un taller con Gustavo Sainz, y yo traía unos cuentos que no eran muy fantásticos pero tampoco eran realistas. Y él me dijo: “No, aquí escribimos pura literatura realista: no puedes entrar al taller”. Me excluyó.
Para mí, abarcar toda la realidad es muy difícil. ¿Hasta qué punto uno, queriendo ser realista, lo es en serio? ¿Qué tanto hay de invención en todo lo que hacemos? ¿Cómo adaptar la percepción a un sentido realista? Yo no sé si lo que yo percibo corresponda necesariamente al término realista.
Los lectores responden bien a la literatura fantástica en México, sólo que nadie hace literatura fantástica, no es una tradición mexicana, estamos encerrados en un realismo que nosotros nos hemos inventado y que parece una cárcel.


¿Y Arreola, García Ponce, Arredondo, Rulfo?

Ellos son básicamente escritores realistas, aunque tienen algunos cuentos con sesgos fantásticos. Lo que el público recuerda más de ellos son sus cuentos realistas o semirrealistas. Pero no los cuentos declaradamente fantásticos.


¿Los textos fantásticos, como El Señor de los Anillos, tendrían éxito de ser escritos en México?

Yo creo que sí. Con Harry Potter todo el mundo se siente atraído; con estas historias que son la evasión total, donde todo parte de una idea absolutamente abstracta.


¿Por qué el cuento en México está segregado?

Hay algo muy triste, incluso de todos los géneros literarios, el cuento es el que menos ha evolucionado. Tengo que decirlo, uno lee un cuento del siglo diecinueve y lee uno que se escribió la semana pasada y no tiene mucha evolución. Hay como una exégesis y los mismos cuentistas no permiten que el género evolucione, está anquilosado como con el clásico final sorpresa o la estructura de Guy de Maupassant de: inicio, desarrollo y desenlace, que es algo totalmente impuesto.
Había una revista llamada El Cuento, y quien se saliera de la normas ya no estaba escribiendo cuento…Había una reglamentación para el cuento. En cambio la novela ha sido un terreno de experimentación constante, incluso algunas novelas refutan el arte de novelar. También la poesía, incluso el ensayo y el teatro, pero en el caso del cuento no hay una evolución visible, salvo en gente como Cortázar o Carver. O como el escritor polaco M. Ratvzov, que tiene cuentos fantásticos, en sus cuentos no hay necesariamente un final, nada más hay una situación que deriva en otra cosa y punto.
Los libros de cuento son como los discos, que sólo traen dos canciones buenas y todo lo demás es relleno. Es muy difícil que en un libro de cuentos todos los cuentos sean buenos. Para mí el cuento es más demandante que la novela, mucho más, hay que ser más preciso, el vocabulario tiene qua ser más contundente. El cuento, como decía Cortázar, gana por Nock-Out y la novela gana por puntos. Un cuento que se olvida no es un buen cuento: es una de sus características, no sé por qué. Es un género mucho más antiguo que la novela, viene de la leyenda, de la fábula, que tenían que ser muy eficaces para que la gente las recordara, pues iban de boca en boca.


¿Si el cuento es tan antiguo por qué ahora se le deja de lado?

La gente quiere enterarse de los hechos, de la dimensión de los hechos, no de una situación concreta. El cuento cuando tenía eficacia era cuando tenía un aire de fábula, cuando tenían ejemplos de vida, ahora ya no son así. Dejaron de tener moraleja los cuentos y dejaron de ser leídos.


¿Los múltiples concursos de cuento que hay en México han ayudado para el avance del género?

No, el cuento está a la baja totalmente. No se leen los cuentos. Hay que renovar el cuento completamente. Hubo un tiempo, de los años 40 a los 60, en que el cuento fue el paradigma de la escritura. Quien escribía un buen cuento ya podía dominar toda la literatura, pero ahora los editores han impuesto la novela, nos han ganado la batalla a los escritores. Y no entiendo, porque el cuento podría ser tan vendible como la novela, pero la razón que esgrimen los editores es que en un libro de cuento sólo uno o dos son buenos y que generalmente los cuentos son malos. Pero yo no considero que la novela sea mejor en México que el cuento. La telenovela influye mucho en el gusto del público con las historias largas, donde los personajes actúan, se modifican, se transforman. En un cuento no hay posibilidad de eso. Un cuento se supedita a una situación que deriva en otra y en otra. Quieren ver telenovelas en las novelas, y el cuento no da esa dimensión. Por otra parte, es muy fácil que el cuentista caiga en recetas de composición dramática, que aplique la misma estructura a muchas historias. En el Llano en llamas de Juan Rulfo nunca se repite ninguna estructura. Pero uno lee los cuentos de Arreola y sí ve la receta, incluso en los cuentos de Borges, con todo lo que yo lo admiro. Casi todos los cuentistas caen en fórmulas, ese es el problema del cuento. En la novela también pasa, pero se nota menos.


¿Qué escritores jóvenes le agradan actualmente?

No conozco muchos jóvenes… Reconozco que es buen cuentista Eduardo [Antonio] Parra en su libro Tierra de Nadie, Mario González Suárez en su Libro de Las Pasiones, Francisco Hinojosa, Villoro. Pero yo veo que las nuevas generaciones no están practicando el cuento, ya todo el mundo se está volcando a la novela… y quieren escribir novelas muy largas, de setecientas páginas. Podrían escribir textos de sesenta cuartillas y funcionarían muy bien, y poner tres en un libro, como lo hizo Flaubert y Donoso. Entre los escritores jóvenes hay talento, pero también mucha confusión literaria y editorial.


¿Cómo ve el entorno literario en México?

Hay el talento, pero el problema es que todos estamos de alguna manera supeditados al mercado. Entonces no dudo que haya buenos escritores, pero, como el mercado determina si te va bien o mal según las ventas, entonces lo escritores quisieran vender más, y ahí es donde traicionan el arte literario. Por todas partes el mercado nos está ganando, y ya dudo un poco si se está escribiendo literatura o si no se está escribiendo literatura.


Y entonces, ¿qué es lo que puede hacer el escritor que realmente quiera ser escritor?

Voy a citar a Epícteto: “hay cosas que te son propias y hay cosas que te son ajenas”. Hay mucha gente que está confundida con la figura del escritor. Al escritor le hacen entrevistas, viaja, sale en televisión, aparece en revistas, recibe becas, recibe premios, etc. Y, bueno, la gente ve que es mejor eso que ser contador público… Tienes un reconocimiento público, y a mucha gente le interesa sólo eso, más que escribir bien. Ahora se ha metido en la literatura una cosa totalmente empresarial de “el hombre de éxito”, que es horrible, y distorsiona todo. Gente que puede escribir buenas cosas, por la urgencia de ser reconocido, comete pifias.


De los autores vivos, ¿cuáles seguirán siendo leídos en 20 años?

No lo sé, de ninguno estoy muy seguro. Te puedo decir de Rulfo, de Arreola, pero de los escritores nacidos de los 50 para acá, todavía no estoy seguro. Figuras reconocidas sí las hay, y son muy visibles, el problema es que sus libros no corresponden a las figuras que son. Siempre hay una tendencia de que te den gato por liebre. La gente no lee, y cuando la gente no lee es muy fácil confundirla, y que el editor o la publicidad te digan qué es lo que hay que leer. Si eres un buen lector no te dejas confundir, yo no tengo por qué estar pendiente de las novedades, no me importa si lo que leo se publicó hace 100 años o ayer.


¿Cuándo escribe un cuento, usted ya sabe el final?

Yo sigo el consejo de Édgar Allan Poe, lo primero que hay que pensar es cómo termina, y uno encamina todo hacía ese fin. Aunque a veces cambio el final, pero como punto de partida me sirve saber en que terminará la historia. Lo hago no sólo en mis cuentos, sino también en mis novelas.


¿Cuáles son los mejores cuentos mexicanos que ha leído?

“Luvina” de Juan Rulfo, “Una carta a Dios” de Gregorio López y Fuentes (un cuento totalmente fantástico), “La noche de la víbora” de Agustín Monreal, “El miligramo prodigioso” de Arreola. Algunos cuentos más cercano que me gustan son: “Torero” de Mario González Suárez, “Coyote” de Juan Villoro, “La Perra” de Fabio Morábito, “La peor señora del mundo” de Francisco Hinojosa.


¿Y de su propia obra?

“Cualquier altibajo”, es el más popular, el que más me han celebrado. Pero “El Fenómeno ominoso” es en realidad el que más me gusta, en donde pude meter más elementos, el más pensado.
*Texto publicado en el número 7 (marzo 2007) de Viento en vela.

sábado, mayo 12, 2007

La Fantasía es Antigua por Alberto Chimal


La fantasía es antigua*

por Alberto Chimal

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El título de estas páginas se podría malinterpretar del siguiente modo: tomarlo por una descalificación, por una declaración de la caducidad o la inutilidad de la fantasía. Y para muchas personas, semejante error sería no sólo natural sino obligatorio, un signo de responsabilidad y madurez.

En efecto, el conformismo y las resignaciones actuales de occidente –esos que están montados en la base puritana de la “cultura” dominante, obsesionados por lo práctico y lo rentable y aterrados de todo lo que no repita las dos o tres verdades reveladas que ya conocemos– detestan la imaginación, que no sólo permite “largarse al ensueño que distrae de la productividad”, como se afirma, sino además permite el disenso, la crítica y otras actividades intolerables.

Pero lo fantástico no debería interesarnos solamente por razones políticas. En otro sitio escribí que la imaginación es una insolencia del alma, y sigo creyéndolo. “La imaginación al poder” es un lema libertario, de los más hermosos que engendraron los movimientos contraculturales del siglo XX, pero también es un imposible: de los muchos que sólo es posible plantear por medio del lenguaje, como los viajes por el tiempo y las acciones nacionales. La busca de los aspectos ocultos de la realidad –y más aún, de la realidad interior que se manifiesta en los sueños y en la creación artística– tiende a estar lejos de todo ejercicio de fuerza sobre el mundo. Peor todavía, quien ejercite su conciencia en la indagación y la especulación sobre lo que no existe, desde los relatos más desaforados sobre otros mundos hasta las imágenes más sutiles de cómo éste se disloca y se tuerce, acabará por desconfiar (y por sufrir la desconfianza) de cualquier dogmatismo, sin importar su signo ni sus intenciones. Villiers de l’Isle Adam escribió sobre “el divino tal vez” de la fantasía en una historia acerca de los horrores de la Santa Inquisición, pero igual podría haberse referido a los educadores de hoy con sus manuales de superación, a los administradores de baños fríos en la Alemania de Daniel Paul Schreber o a los policías del pensamiento que inventó, o que temió, George Orwell. Y la historia de Villiers tiene un final terrible, en el que el mismo impulso del sueño se convierte en herramienta del poder.

De modo que acercarnos a lo fantástico, en especial si lo hacemos como humildes lectores, no nos ayudará, o al menos no directamente, a mejorar este mundo, del mismo modo en que no nos dará riquezas ni prestigio ni fama mediática.

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Se me dirá que nada de lo anterior tiene sentido, pues el goce de una buena historia es su propia justificación y, de todos modos, hay gran cantidad de esas en el mundo de lo fantástico, desde Eragon hasta los libros de Harry Potter. Se me dirá también, recordando el título de estas páginas, que esas franquicias no son en absoluto antiguas, y que de hecho son parte de lo de “ahora”, muestras de uno entre los numerosos géneros disponibles para el consumidor actual.

Pero el término fantástico –en todas las artes, y en especial en la literatura– puede referirse a mucho más que a esos libros del párrafo anterior y sus versiones fílmicas. La antigüedad de lo fantástico es la de los comienzos del lenguaje, antes de la historia escrita, cuando surgieron los primeros pensamientos y los primeros temores de la especie.
De este tiempo datan los mitos, por supuesto: los dioses y los espíritus, los grandes padres y los grandes extraños que, amplificando aspectos de la realidad más inmediatas para ajustar a ellos el universo entero, dejaron atrás muy pronto cualquier “apariencia de realidad” y sirvieron a nuestros antepasados para entender (para creer que entendían, se dice ahora) el caos y la enormidad de la existencia más allá de lo humano. Las historias de aquellos tiempos, transmitidas primero de manera oral y luego recogidas para la escritura y la imprenta y los medios electrónicos, siguen entre nosotros, siempre transformadas pero siempre capaces de señalar a sus precursores. Por ejemplo, Eragon de Christopher Paolini, mala novela que ha engendrado una pésima película reciente, desciende de innumerables relatos de “calabozos y dragones” que descienden de una mala lectura de J. R. R. Tolkien, cuyo propio trabajo desciende de leyendas aún más antiguas que Paolini, casi con seguridad, no conoce.

El caso concreto de ese subgénero estrecho, que se vende con la etiqueta de “fantasía”, no sólo ilustra cierta incomprensión generalizada de la literatura de imaginación, de la que el mismo Tolkien es una parte ínfima (Borges nada tiene que ver con él, ni Shakespeare, ni los poetas desconocidos del Mahabharata y de Gilgamesh; no se le parecen Italo Calvino, Ludwig Tieck, Jean Ray, Mrs. Liddell, Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Ursula LeGuin, Alan Moore, Emiliano González, Felisberto Hernández); además, los textos de Paolini, como los de Rowling y muchos otros, reducen a sus precursores, los simplifican y los endulzan para adaptarlos a las pacaterías comúnmente aceptadas, y en tal sentido no son representativos del resto de lo fantástico, que como cualquier literatura tiene, de modo excepcional y brillante, sus originales y sus raros, sus renegados y sus genios. El comercio de lo nimio pero debidamente etiquetado mancha la percepción del resto; quien quiera acercarse a ese resto, podrá hacerlo con relativa facilidad, y tal vez podrá descubrir que la enormidad de las incertidumbres humanas apenas ha disminuido: que todas las épocas tienen sus propios “sueños de la razón” pero también, necesariamente, sus propios creadores de auténticos monstruos, dispuestos a señalar los límites de cualquier imagen del mundo y a enfrentarnos, una vez más, con la fragilidad de nuestro entendimiento, sumergido en un universo que nos sobrepasa.

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¿Qué sentido tiene preocuparse por estas cosas?
Ninguno, para los lectores que se entienden como consumidores de entretenimiento y no desean más. Ninguno, para los escritores que sólo están buscando una forma de satisfacer a esos consumidores por tanto tiempo como sea posible. Ni unos ni otros cometen ningún delito, por supuesto, y en efecto los temas de lo fantástico, como los de cualquier otra vertiente de cualquiera de las artes, están en boga a veces, y otras no. Por ejemplo, en México, el interés por los narradores “exóticos” de los años noventa –muchos de los cuales se acercaban a lo fantástico– ha dado paso a un auge de diversos “realismos”, casi siempre relacionados con temas de moda como el narcotráfico, la violencia o la destrucción del tejido social.

Pero aun si la fantasía fuera antigua de otras formas; si cuanto vale la pena en la imaginación de occidente en verdad se pudriera, y sólo le quedara desaparecer en versiones cada vez más desgastadas de sí mismo, aún así no cambiaría de opinión: prefiero la vida de esos muertos, que hablan desde lejos y recuerdan la soledad y la incóngita de toda existencia, que la compañía de los muertos en vida que dicen escribir “lo de ahora”.
*Texto incluido en el número 7 (marzo 2007) de la revista Viento en vela.

viernes, mayo 11, 2007

Revista Viento en vela #6


Este es el número 6 (Diciembre 2006) dedicado a Juan Rulfo a 90 años de su nacimiento. Las plumas que proporcionaron textos para la discusión de la obra y el mito y polémica que rodean el nombre de Juan Rulfo, son Antonio Alatorre, Alí Chumacero, Emmanuel Carballo, Beatriz Espejo, Federico Patán, Huberto Batis, Samuel Gordon, Ana Mari Gomís, y Pavel Granados, bajo la coordinación del poeta y ensayista Leopoldo Lezama (Ciudad de México, 1980). Sin duda, este número se convierte en una de las mejores reuniones de escritores alrededor de la obra de Rulfo.

CONTENIDO
  1. Rulfo: el viajero profundo (Por Leopoldo Lezama)
  2. Entrevista con Alí Chumacero (Por Leopoldo Lezama)
  3. Dos apostillas rulfianas (Por Antonio Alatorre)
  4. Entrevista con Emmanuel Carballo (Por Leopoldo Lezama)
  5. María Luisa Bombal: Influencia perdida (Por Beatriz Espejo; Enrique Anderson Imbert; José Bianco; Gabriel García Márquez)
  6. El premio de la discordia (Por Pavel Granados)
  7. Entrevista con Ana Mari Gomís (Por Leopoldo Lezama)
  8. Encuentros con Juan Rulfo (Por Beatriz Espejo)
  9. Entrevista con Huberto Batis (Por Leopoldo Lezama)
  10. Lectura, génesis, creación y textología en el primer medio siglo de Pedro Páramo (Por Samuel Gordon)
  11. Juan Rulfo, ídolo sin pies de barro (Por Emmanuel Carballo)
  12. Pedro Páramo (Por Federico Patán)

Entrevista con Alí Chumacero

(Fragmento)

Leopoldo Lezama: ¿Qué opina de esta leyenda que se hizo alrededor de la novela, donde se dice que participó gente en su formación final?

Alí Chumacero: Esa es una de las grandes mentiras que se inventan en torno de una obra maestra. Arreola se juntó con él, y me lo contó aquí en el Fondo de Cultura, y me dijo que habían visto la novela, la habían manejado entre los dos, para armarla debidamente, para hacer que funcionara y caminara. Porque como estaba hecha en corrientes, en estratos diferentes, había que ver como intercalarlos a fin de que fuera efectiva. Yo creo que lo lograron muy bien, y digo lo lograron en plural exagerando un poco. Pero no, no tuvo abolutamente nada que ver Arreola en la producción de la novela. Tambien se ha dicho que yo le corregí la novela. Eso es simplemente una graciosa estupidez. Yo no le corregí ni una coma a lo escrito por Juan Rulfo, absolutamente nada.

Entrevista con Huberto Batis

(Fragmento)

H. B. Y también le conseguí dos chambas como jefe de ediciones en el Instituto Nacional Indigenista con el Señor Alfonso Caso [...] Entonces iba a la oficina, fumaba y firmaba lo que tenía que firmar, y no trabajó nunca. Entonces toda su familia vivió del cuento. Y esa frase se la dijo Octavio Paz en casa de José Luis Martínez, cuando citó a escritores de la Literatura mexicana para que se despidieran de su mujer, porque se iba a morir de cáncer. Entonces estaba todo mundo, y en la entrada se encuentran Paz y Rulfo, y Paz viene con Elizondo, y Elizondo traía bronca con Rulfo del Centro Mexicano de Escritores, y le dice: Mira ese cabrón de Rulfo. Y Paz dice: Sí, este cabrón siempre ha vivido del cuento. Y Rulfo dijo: Sí, de El Llano en Llamas. Y Paz: No, del cuanto has vivido, porque siempre estás a ver qué te cae del cielo.

miércoles, mayo 09, 2007

Entrevista a Juan Rulfo



Después de recibir el Premio Príncipe de Asturias de las letras en 1983, Juan Rulfo es entrevistado por la periodista española Mercedes Mila.